lunes, 13 de septiembre de 2021

TODO POR LOS AIRES

 

  Anoche me desvelé a las tantas. No podía dormir. Las preocupaciones me asaltaban, que si esto o aquello. Que si ya tengo una edad y siento que la vida ha pasado como si nada. Y una cosa ha llevado a la otra, y el pensamiento me dramatizaba el panorama poniéndose tenso por momentos. Hasta que me llevó a plantearme el suicidio seriamente. Llegados a este punto imaginé que me levantaba de la cama y caminaba hacia el balcón. Lo abría. Todo estaba en absoluto silencio, como si todo ser hubiese desaparecido del planeta y yo fuese el único superviviente. Eso, me llenó por un momento de felicidad, pero enseguida volví a mi principal empeño.  Entonces me acerqué a la barandilla y miré hacia abajo. La calle estaba iluminada por unas cuantas tristes farolas. Habían coches aparcados a las dos orillas de la calle, y una suave brisa soplaba como acariciando la noche mientras ésta descansaba apaciblemente. De vez en cuando sonaban voces lejanas con ecos de juerga o algún coche que pasaba hacia la madrugada más prometedora. Entonces ya me había acercado una silla a la barandilla y me subí. Me temblaban algo las piernas. El paso que iba a hacer sería irreversible, pero estaba seguro que se acabaría todo, absolutamente todo. Entre otras cosas este inútil sufrimiento que me asalta cada dos por tres, y que no me deja avanzar hacia ningún lado. También acabaría con el insoportable peso de este vacío que desde haca algún tiempo vengo arrastrando. Estaba seguro que precipitándome al asfalto de la calle, se acabaría todo aquello. O quien sabe, porque estas cosas, ya se sabe. Lo que estaba claro es que quería dejar de sufrir de una vez por todas.

       Hoy me he levantado un poco tarde. El insomnio de anoche me ha dejado un poco cao. Me he duchado y me he bebido un café doble. Minutos después estaba montado en un vagón de metro. Me sentía mucho más calmado de anoche. He sentido como si la luz del día pusiese todo en su sitio, o por el contrario, lo tapase. He echado un vistazo al paisaje del vagón. Casi todos los pasajeros iban consultando el móvil, menos una monja que iba leyendo Dunia y un viejo que miraba a la ventana de enfrente sin más. Entonces me he palpado los bolsillos del pantalón en busca del mío, no lo encontraba. He recordado que me lo había olvidado en casa, sobre una silla recargándose. Por  un momento me he sentido desnudo e indefenso sin mi móvil.  Pero luego sentía una enorme libertad, sin saber la razón.  El metro era el reflejo de la actualidad del momento. Todos cada vez somos más iguales y estamos muchos más controlados. Andamos estimulados a cada momento, pero son estímulos muy transitorio, fugaces y superficiales.
  El caso es que ya no nos podemos parar o eso creemos. Tampoco nos podemos permitir el lujo de pensar más de la cuenta, porque llegaremos tarde o temprano a conclusiones que quizás nos plateen atajos irreversibles. Pero por otra parte ser partícipe de esta sociedad cada vez más vertiginosa y superficial, tampoco es que levante demasiado el ánimo.
   Ante esta disyuntiva ¿Qué hacer? Bueno tal vez pararse. sentarse coger aire, pedir al camarero de turno un vermut y una olivas y no preocuparse  tanto de todo y nada. Que mañana quizás puede saltar absolutamente todo por los aires, y más como esta en estos momentos el patio.
 Por cierto, ahora no recuerdo si me tiré o no por el balcón.


Dani T. D. 13/9/2021

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