Un buen día de hace unos años, José Antonio Alegre se quiso suicidar saltando desde su balcón, situado en un noveno piso.
Todo pasó en la madrugada de un lunes de abril. Entonces José Antonio Alegría tenia 47 años, estaba soltero y trabajando en una empresa como recepcionista. Su vida no le gustaba y menos su forma de ser. Su carácter tolerante y, en cierto modo, de bonachón, escondían diversos complejos y frustraciones. Se sentía inútil y cansado. Cansado de esperar lo que no llegaba nuca.
¿Y que era aquello que no llegaba nunca?
Exactamente Jose Antonio Alegre no sabía el qué. Pero si que sabía que estaba cansado de ser él mismo (o más exactamente de no ser él mismo). De comerse tanto el coco y sentir aquel miedo feroz en su interior.
Un miedo criminal que siempre le hacia la punte. Siempre partía desde el hemisferio derecho de su cerebro y boicoteaba todas sus decisiones, todos sus sueño y un para de cosas más. Esto generaba ansiedad en su ser. Ansiedad que se manifestaba en forma de nausias. Al principio Jose Antonio estaba convencido que aquellos ataques gástricos eran la herencia de su mayores por parte de padre, pues su padre Antoni Jose Alegre era una persona muy nerviosa. Pero a medida que pasaba el tiempo Jose Antonio se dio cuenta de que aquel dato no le servia de mucho, si no ponia remedio.
El remedio estaba en sus manos. Tal vez hay cosas que no se pueden cambiar. Tal vez el destino ya está escrito por los dioses, pero también también uno puede provocar el curso de los acontecimientos, al menos intentarlo.
Había estado gran parte del domingo dándole a la cabeza. Principalmente había dos cosa que le preocupaba: una era que últimante en el trabajo no se sentía realizado. Y la otro es que Rosita, una mujer con le que había estado saliendo, últimamente le estaba pidiendo dinero. Y tal vez demasiado dinero. Y eso pintaba mal. Jose Antonio se había planteado decirle a Rosita que ya no podía darle dinero. Que lo sentía, pero él tampoco ganaba una millonada. Pero claro, por otro lado aquella decisión suponía ya no quedaría con Rosita. Ya no se amaría durante gran parte de la noche en su pisito de soltero, ya no más... Y a él se le daba fatal lo del ligoteo.
Lo de la faena era que Jose Antonía quería ganar más dinero, y aquella suponía planearse cosas y hablar con tal persona. Pero no se sentía capaz.
De entrada, aquellas dos situaciones tenían solución. De hecho todo tiene solución, excepto la muerte. Y aún así quizás... quien sabe...
Pero los pensamientos de uno a veces se descontrolan. Y una cosa lleva a la otra. Y los pensamiento ya son preocupaciones, obsesiones... Obsesiones que llegan a cortar incluso el ritmo de la respiración. Y a las cinco de la tarde Jose Antonio se sirvió una cerveza, haber si aquel bálsamo de cebada le calmaba. En los primeros tragos quizás pero a medida que se acababa la dosis de la botella la ansiedad empezaba a latir de nuevo.
Dani T. D. 16/5/2024