Por inercia, la alarma escandalosa del móvil te levanta de la cama. Resucitas por enésima vez en una realidad absurda, pero fugaz.
¡Gracias a Dios!
Bajo la ducha intentas naufragar a una isla desierta. Estaría bien. A cambio te enjabonas bien esa parte, pero no tienes tiempo para llegar al erasmo. El tiempo se te echa encima como un político desesperado de este país tan salvaje como ficticio.
De pronto, ya estas vestido. Te asomas al espejo, te pareces tanto a ti... ¡Que asco! Entonces, de prisa y corriendo, te planteas el suicidio. Pero no tienes tiempos. A demás, ¿Y si sale mal? Te mandarían a un psiquiatra, te recetarían pastillas, tus familiares y amigos se sentirían culpables y de paso un tanto molestos y avergonzados. Pero en fin, no dejarías de estar a la moda. Porque las idas de olla se llevan más que nunca... Pero a ti las modas te la sudan un buen rato. Así que aplazas el suicidio para tiempos mejores.
Siempre hay tiempo para quitarse de en medio. O si no, ya te quitarán, ya.
En el metro te sientes un astronauta más camino a una estación espacial. Una vez allí, medirás la temperatura, cojeras muestras, redactaras informes y atenderás al correo eléctrico hasta la hora de la merienda.
Al fin, fuera del curro, pensarás cosas pueriles y sin importancia, mientras te sonará el móbil. Será ella que querrá quedar el viernes. Tu no lo tendrás claro. Hace tiempo que no tienes claro nada. Y al fin le contestarás que ya la llamarás, que ahora no puedes, que no es buen momento, que estas pasando por un desierto.
Y es un poco verdad. Pero también un poco mentira. ¿Pero, y qué?
Siempre estas acabando y empezando otra vez. Y por primera vez.
Dani T. D. 4/10/2023
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