Un buen día de hace unos años, José Antonio Alegre se quiso suicidar saltando desde su balcón, situado en un noveno piso.
Todo pasó en la madrugada de un lunes de abril. Entonces José Antonio Alegría tenia 49 años, estaba soltero y trabajando en una empresa como administrativo. Su vida últimamente no le gustaba, que se diga, mucho, y menos su forma de ser. Su carácter tolerante y, en cierto modo, de bonachón, escondían diversos complejos y frustraciones. Se sentía inútil y cansado. Cansado de esperar lo que no nunca llegaba.
¿Y que era aquello que no llegaba nunca?
Exactamente Jose Antonio Alegre no sabía el qué. Pero si que sabía que estaba cansado de ser él mismo (o más exactamente de no ser él mismo). De comerse tanto el coco y sentir aquel miedo feroz que de vez en cuando se instalaba en su interior como un okupa.
Un miedo criminal que siempre se presentaba en el momento más inoportuno y no paraba de hacerle la puñeta. Ese miedo siempre partía desde el hemisferio derecho de su cerebro y boicoteaba todas sus decisiones, todos sus sueño y un para de cosas más. Esto generaba ansiedad en su ser. Ansiedad que se manifestaba en forma de nauseas. Al principio Jose Antonio estaba convencido que aquellos ataques gástricos eran la herencia de su mayores por parte de padre, pues sin ir más lejos su padre Antonio Jose Alegre era una persona muy nerviosa y un tanto insegura. Pero a medida que pasaba el tiempo Jose Antonio se dio cuenta de que aquel dato no le servia de mucho, si no ponia él mismo el remedio necesario para aquel desajuste biològico, anímico y/o existencial.
El remedio estaba en sus manos. Tal vez hay cosas que no se pueden cambiar. Tal vez el destino ya está escrito por los dioses, pero también uno puede provocar el curso de los acontecimientos, al menos intentarlo. El siempre genial Albert Camus decía que llega un momento en la vida de uno que es el máximo responsable de su rostro.
Había estado gran parte del domingo dándole a la cabeza. Principalmente había dos cosa que le preocupaba: una era que últimante en el trabajo no se sentía nada realizado. Y la otra cosa era que Rosita, una mujer con le que había estado saliendo, últimamente se había distanciado de Jose Antonia entre otras cosas porque el hombre se había negado a darle una cantidad sustanciosa de dinero. Y eso pintaba mal. Jose Antonio le había dicho a Rosita que no podía darle aquel dinero. Que lo sentía, pero él tampoco ganaba una millonada. Pero claro, por otro lado aquella decisión suponía que ya no quedaría con Rosita. Ya no se amarían durante gran parte de la noche de los sábados en su pisito de soltero, ya no más... Y a él se le daba fatal lo del ligar. La historia con Rosita había sido suerte. Lo de la faena era que Jose Antonío quería ganar más dinero, y aquello suponía planearse cosas y hablar con tal persona. Pero no se sentía capaz. La teoría la tenía bien ensayada, pero a la hora de afrontarse a la realidad, ese era otro cantar.
De entrada, aquellas dos situaciones tenían solución. De hecho todo tiene solución, excepto la muerte. Y aún así quizás... quien sabe...
Pero los pensamientos de uno a veces se descontrolan. Y una cosa lleva a la otra. Y los pensamiento dan paso a otros pensamientos. Y estos dan paso a preocupaciones, obsesiones... Obsesiones que llegan a cortar incluso el ritmo de la respiración.
Y a las cinco de la tarde Jose Antonio se sirvió una cerveza, haber si aquel bálsamo de cebada le calmaba. En los primeros tragos quizás pero a medida que se acababa la dosis de la botella la ansiedad empezaba a latir de nuevo.
Dani T. D. 16/5/2024
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