El suelo es un conjunto de arenas movedizas. En el espejo hay un imbécil. ¡Hostias, si soy yo!
El metro es una lombriz gigante que me interroga mientras saca humo por sus narices: ¿dónde vas piltrafilla con estas zapatillas de papel de plata? Yo no sé que contestar, se las compré al mercachifle del barrio.
A l fin me subo a lomos del metro camino al destino de siempre. Dentro del metro hay ojos con distintas formas: triangulares, cuadradas, descongelas, templadas, neurótica... Ojos que quizás también se cuestionan las mismas chorradas que yo.
Al fin llego a mi puesto de trabajo. Beso el suelo. Me siento a salvo, pero continuo sintiéndome raro. Consulto las paredes de la oficina a ver si busco algo de claridad. Pero nada, están mudas. Claro, no tienen boca.
Así que me pongo a currar para realizarme y sentirme una persona completa y, de paso, normal (¿aunque quien es normal hoy en día?).
Pero hoy estoy más raro de lo habitual. A lo mejor estoy algo depre. O confundido o gilipollas (que también podría ser). Entonces suspiro profundamente, mientras mis manos teclean. Después me tomó un café con unas gotitas de salfumán para limpiarme la neurosis...
A fin de cuentas los día especialmente raros también pueden ser necesarios, aunque no especialmente útiles. Aunque en el fondo vivir no tiene porqué ser útil,
con que sea soportable...
que a veces, ni eso...
Quizás ese sea el encanto de la vida moderna.
Dani T. D. 28/11/2023
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