lunes, 6 de febrero de 2012

DEL MISTERIO DEL NO ESCRIBIR

La verdad es que lo natural es no escribir. Pero un día me puse a escribir y no pude parar. No escribo  cada día. Hay días, semanas, meses que no escribo absolutamente nada. Nada de nada. Periodos que las palabras andan vacías, incluso muertas. Simulando a toda costa estar vivas, como la mayoría de los arquetipos de esta sociedad que no deja de ser un cementerio de presos civilizados, a quien les repugna cada vez más su propia condición de ciudadanos libres.
            Sí, un día me puse a escribir. Escribí un poema a una chica, pues estaba enamorado hasta los pelos de toda ella. Pero mis complejos me estrellaban contra la puta y helada realidad como si fuera un huevo de codorniz. Aquellos primeros versos eran precoces, torpes y sinceros. Quería invocar a los dioses para que la chica en cuestión jugase con mi corazón y yo con el suyo. Pero no fue así. Aquél primer poema me deshogó. La chica siguió sin hacerme caso y se fue con mis primeros años adolescentes. Luego vinieron más chicas. Algunas me hicieron caso y, jugamos al juego vital, y a la par artificioso, del amor. El amor, que en la mayoría de las veces, se volatiza en su propio significado, como toda biografía. Y seguí escribiendo poemas, cuentos, monólogos y un par de obras de teatro. A veces escribo para provocar la vida y así, no suicidarme. Escribo también para inventarme en la piel de otros que nunca seré. El propio  Sabina así lo canta en una de sus canciones, La del pirata cojo. A través de las historia que escribo invento otras realidades paralelas. Otras posibles vidas mías que vivo tan intensamente, o más, como la real , o la que se supone Oficial. Santo Tomas ya la dijo: yo soy dos y estoy en cada uno de los dos por completo. Y es que escribir es de locos. Lo natural es no escribir. Pero no sé como diablos se hace. También escribo para ir más allá de mi mismo. Es como invocar a las musas, para hacerles pijamas de saliva y así burlar la mezquina condición de estar vivo encerrado en un cuerpo de barro y de sangre evaporada.
            Lo natural es no escribir. Pero escribir es hacer magia. Transformar la aparente realidad que nos rodea. Reinventarnos de nuevo. Contarnos por enésima vez nuestra vida desde otros de vista. Porque no somos nada más que seres imaginarios, que, a su vez, no paran de imaginar. Incluso cuando recordamos no hacemos otra cosa que reinventarnos. Sin ir más lejos yo podía decir perfectamente que nací con el don de ser astronauta, y que me saqué el certificado hará unos 20 años (a través de la Generalitat, claro) para poder trabajar en lo que más me gustaba. Ser astronauta es apasionante. Descubres cosas realmente sorprendente como, por ejemplo, que todas las palabras tienen su propia fuerza de gravedad. Y  que vienen determinadas a través de su propia masa. Pero tanto la gravedad como la masa no dejan de ser dos palabras, como la polla o la paradoja. Pero son dos palabras que no dejan de ser determinantes a la hora de desarrollar cualquier tipo de relación. Y así surge el amor y el odio, que este último no deja de ser otro tipo de amor. Y es que la clave de todo y de nada, esta en la gravedad de cada masa, y la masa no deja de ser un conjunto de átomos. Y los átomos están más vacíos que los contenidos de los programas de tele 5, que ya es decir. Pero en fin, no somos nada, afortunadamente. Y a partir de ahí, podemos ser lo que queramos. Sí, sí...lo que nosotros queramos.

Fin (de momento..) DANI TORRALBA, 2011


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