A veces, no sabia bien el por qué, un miedo sutil y a la vez muy enganchoso, lo inundaba absolutamente todo.
Al reconocer aquel estado, A se armaba de valor y lograba salir a la calle. La calle con una temperatura soportable, le ofrecía más o menos el mismo paisaje. Un paisaje que podía cambiar, según el grado de susto, según el estado anímico.
Aquel miedo nunca desaparecía del todo. Aunque la intensidad nunca era la misma. Y había días que el miedo era tal que paralizaba al mismo A dentro de si mismo. Cuando esto ocurría, A se imaginaba que era B. Y B entonces se armaba de valor y plantaba cara al mismísimo miedo. Entonces el miedo, sin desaparecer del todo, se pegaba una buena ducha. Se vestía con ropa nueva y se iba a su despacho a escribir un tratado sobre si mismo, con la intención de acariciar cierta serenidad.
Entonces A aprovechaba para salir con alguna de sus amistades y hacer planes. Mientras pasaba la vida, con su miedo tan sutil, tan tierna...
Dani T. D. 13/2/2023
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