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sábado, 2 de abril de 2016

CON NOCTURNIDAD Y ALEGRÍA



Inspirar,
espirar…
El ritmo de la vida,
la llegada de la paz y la serenidad.
Inspirar,
espirar…
Deténte, reloj maldito,
y déjame saborear la nocturnidad.
Inspirar,
espirar…
Fuera los juicios, prejuicios y la racionalidad,
dentro los sentidos, la intuición y la profundidad.
Inspirar,
espirar…
El silencio se amplifica hasta molestar,
no estamos acostumbrados, me quiero levantar.
Inspirar,
espirar…
Allá reposan los seres queridos,
yo me levanto y me pongo a redactar.

viernes, 10 de octubre de 2014

EN LA ORILLA

Dedicado a todos los muertos de Ébola.
Fecha: demasiado tarde.

El sol deslumbraba. Papá llevaba sus bermudas naranjas y mamá el pareo a rayas. Celeste llevaba el cubo y yo las palas. Ya estábamos listos para otro fantástico día de playa. Sin estrés, decía papá. Sin deberes, decía yo. Todos dispuestos a bañarnos y tomar el sol.  

Concentrado en mi castillo de arena, no oí ni vi nada. Nadie lo vimos, en realidad. Sólo Celeste pareció sentir algo. ¿No lo oyes?, me preguntó mientras contemplaba el horizonte. La miré con la cara con la que le miro cuando se pone a hablar de los ojos tristes de las personas con las que se cruza en la calle o de la rabia que habita en la comisura de los labios de sus compañeros de clase. Suena como un aspersor –continuó-; no, como una fuga de agua, una suave y constante fuga de agua… No pude evitarlo. Me eché a reír en su cara y continué con mi cubo y mi pala. Mi hermana está chalada.

No volví a acordarme del tema hasta que vi que un grupo de personas se levantaban de la toalla y miraba hacia el mar. Estaba tomándome un helado de limón, mi sabor favorito. Me encanta la sensación del frío en los dientes y el sabor agrio en la lengua. Despreocupado, me acerqué lentamente a la orilla y miré en la misma dirección que el resto.

No había nada. ¿Será un reflejo del sol?, decían unos. ¿Será una nube de polvo?, comentaban otros. Yo sólo veía una especie de borrón, como si alguien hubiera tocado un cuadro recién pintado y hubiera desdibujado un poco el color. La poca gente que se había molestado en mirar se dispersó enseguida. Bah, no será nada. Bah, está muy lejos. Bah, ya no estaremos aquí cuando llegue, si es que llega.

Todo el mundo se marchó menos mi hermana, que seguía con la mirada clavada en el infinito. A ver, ¿qué pasa, Celeste?, le pregunté sin ganas de querer escuchar su respuesta, mientras relamía el fondo de mi delicioso cucurucho. No lo sé, pero no me gusta. Creo que deberíamos acercarnos. ¿Y para qué, Celeste? Creo que puede ser peligroso. Pueden estar muriendo peces y algas. ¿Y a nosotros qué, Celeste? Bueno, la profesora de Ciencias Naturales dice que nosotros nos alimentamos de otros animales y plantas; y que, si a ellos les pasara algo malo, nosotros seríamos los primeros en sufrir y… Le puse la mano en la boca. No tenía ninguna duda. Mi hermana era una agonías y una aguafiestas.

Volví al lugar donde estaban nuestros padres y decidí construir otro castillo de arena más grande, más fuerte, más potente. Si lo hacía bien, podría llegar a llamar la atención de algún periodista y salir en alguna tele local. Buah, mis amigos del cole iban a alucinar si me vieran en la tele. Y Sara, buah, Sara me diría que sí la próxima vez que le pidiera salir. Y papá se sentiría muy orgulloso de que su hijo siguiera sus pasos de ingeniero…

[35 años después]

Yo me hice ingeniero y mi hermana, Celeste, bióloga. Ella falleció hace cinco años, tras contaminarse con unos peces que estaba analizando. Nadie le dio importancia, como yo no se la di cuando éramos unos críos. Hoy ya es demasiado tarde. La nube tóxica ha llegado a nuestras playas y ha matado toda la flora y la fauna marina. La gente se está desplazando a vivir a la montaña, pero es cuestión de tiempo que muramos todos. A menos que encuentren una vacuna, claro. Muchas veces me he preguntado por qué no le hice caso  a Celeste. Muchas veces me he preguntado por qué nos quedamos en la orilla. 

sábado, 13 de septiembre de 2014

HISTORIA DE UN CODAZO (borrador 1)

Sí, ¿hola?, ¿sí? [Aplausos] Ejem, ejem… ¿Se oye, no? [Voces que dicen sí, sí, ¡maestro, maestro...! ¡Te escuchamos, maestro!] Ejem, ejem… Bueno, buenas tardes. Estimados conciudadanos que habéis acudido a mi llamada, lo que tengo que deciros es muy importante para mí. Muy importante. Os ruego mucha atención [¡Viva! ¡Viva!]. Por favor… Es importante [Silencio].

No soy el hombre que creéis que soy. [Caras de incredulidad] No soy el hombre que os salvó del desastre nuclear [¿Pero qué está diciendo?]. Bueno, sí que os salvé, pero el precio que tuve que pagar por ello fue demasiado elevado [Caras de confusión]. He dejado de ser un hombre [Pobrecito… Está mayor… Yo creo que chochea. ¿Habrá perdido la cabeza?].

Sé que es difícil de entender, pero os pido un poco de paciencia. Si en algo me apreciáis [¡maestro!], si en algo me apreciáis, estoy seguro de que me concederéis un poco de vuestro tiempo. Es una historia muy larga y a la vez muy corta, y yo necesito contárosla para volver a ser un hombre [Caras de expectación].

Todo comenzó cuando yo era un muchacho. Creo que tenía catorce o quince años cuando la conocí. [¿De quién habla? ¿Se refiere a su mujer?] Me refiero a Josephine, la mujer de mi vida. Ella murió, ejem, ella murió en la catástrofe nuclear, ejem… Bueno, ya llegaremos a esa parte.

La conocí un día de primavera. Lo recuerdo porque llevaba una flor en el pelo, una flor que había cogido en un parque. Le encantaba la naturaleza y le encantaba la belleza. Podía quedarse horas contemplando una nube sin decir nada, absolutamente nada. Como mucho, abría la boca y te decía: “¿No es bonito?”. Nunca se expresó muy bien, pero pronto me di cuenta de que estaba ante una mujer especial. Sólo había que mirarla a los ojos para saberlo. Y yo lo supe en cuanto la conocí. [¿De qué habla? ¿Adónde quiere ir a parar? ¿A qué viene esto?]

Empezamos a salir enseguida. No sé qué vio en mí, la verdad, pero empezar a salir con ella fue como volver a nacer. La vida, que antes me parecía gris, mate y material, empezó a cobrar brillo, altura y textura. A su lado, la vida emergía con la facilidad de un pastel con levadura. A su lado, mi corazón se expandía con la facilidad con la que se abren los abanicos en verano. [Pobrecito… Ya llevaba un tiempo raro… Qué mala es la nostalgia…]

Josephine era la mujer de mi vida, sí. Lo sabía entonces y lo he sabido todos estos años que he pasado sin ella. Ejem… Como sabéis, queridos conciudadanos, la perdí el día de la fuga radioactiva… La perdí el día que todos recordáis como el día que os salvé, al conseguir sellar las compuertas de aislamiento… La perdí el día en que… La perdí y me perdí… [¡Ohhhh! ¡Que se cae! ¡Que alguien le sujete!]

No es nada, no es nada… Sí, quiero seguir, necesito seguir… Ejem… Hasta ahora, he permanecido en silencio, no sé muy bien por qué. No ha sido por vuestro reconocimiento ni vuestros regalos, aunque los haya agradecido mucho. No podía contaros la verdad. No me lo reprochéis. No os la podía contar porque ni siquiera podía contármela a mí mismo. No podía. Necesitaba mirarme con benevolencia para poder sobrevivir. Porque yo quería vivir. [¡Sí! ¡Viva, maestro!] No, no me entendéis. Yo quería vivir como fuese. No sé qué me ocurrió. Yo la amaba, yo la amé, yo la amo todavía… Me gustaría echarle la culpa al instinto, pero no puedo, no puedo, ¡no puedo! [Ay, que se cae otra vez… ¡Madre de Dios!]

No puedo olvidarlo… Las imágenes se suceden en mi interior, una y otra vez, una y otra vez, cada día, cada mañana, cada noche… Ella y yo, sentados, no muy lejos de aquí, en la hierba… Ella mirando las flores, yo mirándola a ella… Y, de repente, escucho la sirena, la alarma, la tragedia que nos aguarda y que todos conocéis tan bien… [Silencio absoluto] Me levanto, grito, comenzamos a correr hacia el refugio… Decenas de personas van también hacia él. El cielo se vuelve naranja mientras nuestras mejillas se enrojecen por la tensión, por el esfuerzo… Ella era mejor corredora que yo, ella era más rápida… Pero no llegamos a tiempo… Las compuertas empiezan a cerrarse… Los dos no cabemos… No sé lo que estoy haciendo, no lo pienso… Le doy un codazo y caigo dentro… [Ohhhhhhh…]

Ella se queda fuera y mi alma se muere con ella. 



viernes, 12 de septiembre de 2014

La grieta (borrador 1)

La bandera del Barça ondea en el balcón que hay enfrente de mi casa.
Es una bandera vieja, rasgada y descolorida, castigada por el sol, el viento y la lluvia.
Al verla, he pensado en las relaciones que un día están vivas y, otro día, muertas.
Al verla, he pensado en la grieta.
Los enamorados desconocen su existencia.
Sólo ven los cafés, los cines y las cenas.
Las parejas estables comienzan a tenerla en cuenta.
Ese gesto, ese comentario, esa mirada, esa respuesta.
La convivencia comienza y la grieta se hace algo más gruesa.
Qué manía, qué monotonía, qué dichosa tendencia.
Un día te casas y la grieta sigue igual de gruesa.
Un día malo, y se agujerea la tierra.
Un día bueno, y se cosen los dilemas.
Pero el sol, el viento y la lluvia seguirán azotando dentro y fuera,
y de los dos depende renovar la bandera,
colorear la vida y besar la grieta. 

viernes, 1 de agosto de 2014

ZUMBIDOS NOCTURNOS

Me despierto bañada en sudor. No quiero mirar el despertador. Sé que muchas veces nuestra interpretación puede ser peor que la realidad. Es madrugada, con eso me basta. Estoy de vacaciones, con eso me tranquilizo.

Me levanto de la cama. Salgo de la habitación y percibo unos grados menos. Me alivio. Deambulo por la casa con cuidado. No quiero despertar a nadie, pero las pisadas, que durante el día permanecían mudas, susurran ahora palabras ininteligibles.

Me siento. Enciendo una luz. Leo algo. Pienso. Me pinto las uñas de azul. No sé qué hacer para matar el tiempo. Imagino relatos y empiezo a escribir esto.

Unas moscas se acercan y me mosquean. Su zumbido impertinente me impide concentrarme. Busco el matamoscas. Quiero silencio. Absoluto silencio.

El tic-tac del reloj me advierte que el tiempo pasa, pasa, pasa y no puedo hacer nada, nada, nada por evitarlo. A lo lejos se oye el ladrido e unos perros. Parecen enfadados. El insomnio tiene sus riesgos.

Me asomo a la ventana, pero no consigo verlos. Me quedo parada, observando las luces de las farolas. Me pregunto por qué están encendidas a estas horas de la madrugada. No lo encuentro necesario en un pueblo pobre y pequeño.

Me pregunto si será por miedo, si seremos como esas minúsculas moscas que necesitan la luz, si mi verborrea nocturna resultará tan pesada como su zumbido, si vendrá alguien con el matamoscas y se hará el silencio. El absoluto silencio.

El reloj sigue avanzando y aquí estoy yo, no sé si ganando o perdiendo el tiempo. Decido correr el riesgo y termino este cuento, que me ha quedado de un color azul oscuro, pero brillante e intenso. Como mis uñas. El sudor ataca de nuevo.  

viernes, 20 de junio de 2014

SO (MUCH) EGO, SO PERRO



Mis vecinos de abajo tienen una perra blanquinegra de la raza carlino. ¡Pug! Con todos mis respetos, es uno de los canes más feos que conozco. La compraron al poco tiempo de mudarse a nuestro bloque. Recuerdo que se llevaron un chasco al enterarse de que estaba embarazada. “¿Te puedes creer que me han dicho que estaba gorda, que no me preocupara, y ahora me ha parido no sé cuántos cachorros?”, me comentaba uno de ellos. “No podemos criarlos, así que los regalaremos. ¿No querrás uno?” Yo me reía. ¡Je, je!, qué cosas pasan...

Recientemente la perra se ha vuelto a quedar embarazada. ¿Obra del espíritu santo? Obra del espíritu del capital. Mis vecinos le han permitido un rato de placer y, a cambio, ellos venderán sus cachorros a un buen pico. No han aprendido nada, me digo para mis adentros, y me sonrío… Mientras tanto, yo he tenido una niña y estoy encantada de enseñarle el Guau-guau cuando me los cruzo por la calle o en el portal de la escalera. Y me sigo sonriendo…



La tragedia ha surgido al dar a luz la perra y conocer a su último cachorrillo. Que qué cosita más bonita, que qué pocholada, que mira que te cabe en un bolsillo, que mira que parece un pollito mojado recién nacido, que oye que me estoy ablandando, que  oye que esto de ser madre me ha dejado tocada, que no me preguntes de qué ala…

Antesdeayer me encontré a uno de ellos con el perrito en la mano. “¡Cómo ha crecido!”, le dije. “Pues anda que la tuya”, me contestó. La identificación estaba consumada. “Pues ahora voy a entregarlo”. Pues no me hace ni pizca de gracia. Sí, me he puesto en el lugar de la raza canina, qué pasa. Mejor dicho, me he puesto en el lugar de las madres carlinas. ¿Algún problema? Por si no se me nota, me estoy cabreando.

Ayer les vimos sin la madre ni el hijo. “Ya lo hemos vendido”. No pude evitarlo: “¿Y cómo está la madre?”. La respuesta también era inevitable: “Está que se sube por las vigas”. Me sonrío por fuera, pero me hielo por dentro. Si alguien me quitara a mi hija, me sumaría al clan de las Belén Esteban sin dudarlo. No pude evitarlo y lancé el conjuro: “Yo por mi hija, mato”.

Son las cinco de la mañana y mi niña se ha despertado. Le están saliendo los dientes y lo está pasando un poquito mal. El caso es que me he desvelado y ¿qué me ha venido a la cabeza? La perra y su cachorro. Es el nacimiento de la tragedia. Es el momento de la expiación de los pecados. Retiro eso de que los carlino son la raza más fea del mundo y asumo mi penitencia. Es el momento de la culpa y del castigo. Es el momento de la filosofía cotidiana.

¿Por qué sufro ahora y no antes? ¿Porque ahora me identifico con la madre? ¿Porque estoy viendo que, cuando nacemos, somos como animalitos, que no sabemos hablar pero entendemos el lenguaje del afecto? ¿Será cierto que la solidaridad y la empatía surgen con más fuerza cuando ayudas a alguien que está en una situación parecida a la tuya? ¿O no será esto una solidaridad egocéntrica? ¿Y no hay nada que hacer? ¡Vaya vida de perros! Qué digo, ¡vaya noche de perros!

jueves, 24 de abril de 2014

Nacer de nuevo




Nacer de nuevo.
He ahí el secreto del Nazareno.
Morir o vivir, importa un bledo.
La clave es nacer de nuevo…

Cada vez que te secuestre la almohada.
Cada vez que el espejo no muestre una sonrisa en tu cara.
Cada vez que te arrastres hasta la oficina.
Cada vez que oigas gruñir a tu vecina.

Nacer de nuevo.
He ahí el secreto del Nazareno.
Morir o vivir, importa un bledo.
La clave es nacer de nuevo…

Y despertar al niño que fuiste.
Y mirarte como la primera vez que te reconociste.
Y volar tan alto como te sea posible.
Y amar como si fueses invencible.

Nacer de nuevo.
He ahí el secreto del Nazareno.
Morir o vivir, importa un bledo.
La clave es nacer de nuevo…



viernes, 14 de febrero de 2014

EL CHICO DEL PIANO



Para M., en su trigésimo octavo cumpleaños
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia

Desde que tenía memoria, había padecido del corazón. “¿Por qué sufro tanto?”, se preguntaba. “Llevo una dieta equilibrada, hago ejercicio y puedo pagar todas las facturas a fin de mes”, se decía a sí mismo cada vez que el dolor hacía acto de presencia.

El caso es que, de tanto, padecer, decidió pedir cita en el ambulatorio y visitar a su médico de cabecera, a pesar de que los hombres de bata blanca le producían cierta dentera. El médico le envió a varios especialistas, pero ninguno encontraba la causa de su sufrimiento. Desesperado, decidió visitar a una curandera.

- A ver, túmbese ahí, le dijo mientras señalaba una cama de matrimonio.
- ¿Ahí?, se extrañó él.
- Sí, ahí, y quítese la camiseta, le contestó con firmeza.

La mujer empezó a masajearle la parte izquierda del pecho y, en un determinado momento, puso su oreja en el lugar donde se situaba su corazón y le acarició con ella. Él se asustó tanto que estuvo a punto de levantarse y salir corriendo, pero aguantó porque no quería que le llamaran cobarde y porque la sesión le había costado 100 euros. ¡Y no está la vida para tirar el dinero ni el ego!

- Ya está, puede levantarse.
- ¿Ya?
- Ya, volvió a afirmar con convicción.
- ¿Qué es lo que tengo?
- Una cajita de música.
- ¿Cómo dice?
- Que usted ha nacido con una cajita de música en su corazón...
- ¿Perdone?, volvió a preguntar con cara de incredulidad.
- A ver, ¿a usted le han dado muchas calabazas?
- ¿Pero qué tiene que ver…?
- Responda, por favor.
- Bueno… Algunas…
-  ¿Algunas?
- ¡Sí, algunas!
- ¿Y lo ha pasado mal?
- Claro, ¿quién no?
- ¿Cómo de mal?
- Oiga, no le sigo, ¿qué tiene que ver…?
- Si duda de mi profesionalidad, será mejor que se marche. 
- Es que me está haciendo unas preguntas…
- ¿Cree o no cree en mí?

No sabía qué hacer. Nunca había tenido mucha fe en este tipo de cosas, pero tampoco tenía a nadie más a quién acudir. Total, ¿qué podía perder? Le había enseñado el culo a la mitad de los médicos de su ciudad, ¿qué importaba mostrar su intimidad a una desconocida?

- Creo, creo…
- Pues respóndame. ¿Cómo de mal lo ha pasado usted cuando le han rechazado?
- Mal, muy mal. He sentido que la vida perdía color, brillo…
- ¿Música?
- ¡Exacto, música!
- Está claro. Ha forzado la cajita de música y se la ha cargado. Por eso le duele el corazón. El mecanismo es muy simple, pero se ha de hacer bien. La cajita de música que tiene en el corazón no se abre por dentro, sino por fuera. Usted, al forzar una respuesta, intentaba abrirla con sus solas fuerzas, cuando tenía que haber tenido paciencia  y haber esperado a que la otra persona la abriera por fuera.
- ¿Me está diciendo que me he cargado el corazón porque no he tenido paciencia?
- Eso mismo. Se ha desesperado y ha roto el mecanismo.
- Ay, Dios mío, ¿y no se puede hacer nada?
- Yo no he dicho eso.
- Dígame qué puedo hacer, por lo que más quiera…
- Cómprese un piano.
- ¿Perdone?
- ¿Ya estamos otra vez?

Un piano. Su cabeza le iba a estallar. Por un lado, no podía creer lo que estaba oyendo. Por otro, sentía que la mujer le estaba mostrando una gran verdad. Y ahora sacaba lo del piano, ¡cuando él siempre había querido tocar ese instrumento! Tenía que ser verdad, tenía que ser verdad...

- Perdone.
-  Al auscultar su corazón he escuchado algunas notas de piano. Por tanto, debe comprarse un piano y empezar a tocarlo. En ese momento, su corazón volverá a sentir las melodías que escuchó cuando usted era un niño y volverá a abrirse.
- ¿Y ya no me dolerá más?
- No se lo garantizo. Lo que sí le garantizo es que esa música le permitirá vivir más años con mayor bienestar.

No se lo pensó dos veces. Se compró el piano, se apuntó a clases de solfeo y lo empezó a tocar domingos y sábados. Desde entonces, el piano llena su vida de música, esperanza y alegría. El piano sana sus heridas y, oh milagro, la cajita de música se está recomponiendo al mismo tiempo que compone una nueva partitura para su vida…  

NO TINC RES

 No tinc res o gairebé res per això sóc ric, molt ric. Només tinc aquesta brisa suau que ara em perfuma el teu dolç record entre el desig i ...