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domingo, 14 de abril de 2013

La eterna buscadora, la eterna aprendiz



Mi amiga Maite ha publicado “Búsqueda”, un libro que me ha emocionado mucho, pues en él cuenta su vida desde que tiene memoria hasta 2008, año en que terminó de escribirlo. En cuanto lo tuve en mis manos supe que me gustaría. Por el título y porque mi amiga Maite a duras penas consigue mover las manos desde su silla de ruedas.

La cita inicial, de Jorge Bucay, me entusiasmó desde el comienzo: “Un buscador es alguien que busca. No necesariamente alguien que encuentra. Tampoco es alguien que sabe lo que está buscando. Es simplemente para quien su vida es una búsqueda”.

Y, poco a poco, me fue atrapando su historia, su vida. El relato de una niña, la mayor de tres hermanos, muy despierta, muy viva, con una gran curiosidad y un gran amor por la vida. Como ella misma explica, “desde muy niña fui capaz de desdoblarme, salir de mí y mirarme desde afuera”.

Sin embargo, yo sabía que en algún momento llegaría el momento más duro, más trágico y traumático en la vida de Maite: el día en que sufrió un accidente de tráfico en el que falleció su padre y ella se quedó para siempre en una silla de ruedas. Maite tenía 12 años y cuenta cómo, tras el accidente, no pudo comunicarse hasta que se le ocurrió abrir y cerrar los ojos: “Había oído que en no sé dónde, ni en qué situación que una persona privada de habla, con un parpadeo, asentía, con dos, negaba”.

Maite tardó más de un año en salir del hospital, porque los médicos no conseguían cerrarle la tráquea. Y la vuelta a casa tampoco resultó fácil: “La rutina de Maite cambió tanto, que a duras penas ella misma se reconocía”, como ella misma narra en tercera persona, tal vez para tomar un poco de distancia ante recuerdos que reavivan el dolor y la pena. O tal vez porque no es fácil reconocer-se que uno ya no podrá cumplir los sueños que se imaginaba de pequeño.

Uno de los sueños de Maite consistía en casarse y formar familia: “¿Recuerdas que kilómetros arriba te conté mi ilusión por ser madre? Pues no, no se ‘chafó’ del todo, ya que ‘mi papito Dios’ me dio otro, digamos, tipo de maternidad. Ayudando a mis compañeros en cuanto necesitaran, o simplemente abrazando a personas que necesitaran consuelo, vi esta querencia más que cumplida”. Lo siento, me quedo sin palabras.

Maite prometió no enamorarse, pero era inevitable, pues Maite desborda amor por todos los poros de su piel. Si algún día tienes la suerte de conocerla, te recibirá con una “sonrisa indeleble” y enseguida te preguntará cómo te encuentras, dejándose a sí misma en un segundo plano. Como ella misma explica, “me parece muy triste que disponiendo de tanto tiempo no tengamos un minuto, ni siquiera eso, para reglar un ‘hola’ junto con una sonrisa a quien nos ve pasar”. Y esto lo dice una persona que sólo tiene un hilillo de voz para comunicarse, ¿no es impresionante?

Total, que Maite no pudo no enamorarse de Natalio, su profesor de baile -¡esta chica es una caja de sorpresas!-, y fue tan grande su amor que yo creo que todos nos enamoramos un poco de él a través de Maite. Lamentablemente, Natalio murió y Maite tuvo que aprender a despedirse otra vez. Pero Maite, la eterna buscadora, es también la eterna aprendiz, y siempre encuentra un motivo para aferrarse a lo bueno que le ha dado la vida y para ayudar a otros a encontrarlo. Termino con estas palabras que me parecen un maravilloso regalo: 

“Tú no eres tan diferente a mí. También tienes tu propia  historia, de la cual, lógicamente, eres protagonista. Por ello tú también, aunque tal vez aún lo desconozcas, eres la persona más afortunada del mundo. Sólo debes sentirlo, que ello, mal que te pese, lleva un proceso”.


GRACIAS, Maite.


PD: Por cierto, Maite sigue compartiendo su vida en el blog Luna Escondida.

martes, 1 de enero de 2013

En la casa es una película apta solo para lectores y posibles escritores. Por ello será relegada por los demás mortales (que en España o Catalunya, igual da) a una película ramplona.

La versatilidad de los actores, alumno y escritor, y las apariciones estelerales de algún que otro secundario forman una tragicomedia con tintes intelectuales, pero para nada farragosa.
En este pseudoartículo mio podría citar el argumento, y una breve introducció, pero ¿por qué debo hacerlo? Si digo que a lectores de libros les hara sacar más de una vez una mueca o una risa, así debe de ser ¿no?, ya que yo soy lector y se de lo que hablo.

¡QUE DICES TÚ! ¿TE ARRIEGAS? Acepto reprimendas, saludos a todos

domingo, 2 de diciembre de 2012

Recomendación: Una pequeña ciudad de Alemania

¿A quién no le gusta la ironía inglesa? ¿Como se refleja mejor la impostura de la política, de "La política con mayúsculas" dixit Josep Cuní el día después de las elecciones catalanas? Pes si, con una obra del maestro Jonh Le Carré. Ambientado en la época de postguerra de la Alemania Occidental, los delegados políticos de las fuerzas aliadas en la ciudad de Bonn, conforman una trama que esta salpicada de ilusiones fustradas (yo quería la mayoria absoluta), mentiras (volem ser la força del poble, y los comedores sociales a tope) y trasiegos miserables de políticos, espias y demás noble estirpe (alcades xarnegos robando...).

Es decir, uno obra que ha encontrado en la época actual cabida, ya que nunca estuvo tan denostada la política, moral y éticamente. Aunque, cabe decir ¡gracias a Dios! que el libro se desenvuelve por estos lances pero los personajes, ¡qué grandes personajes! y, hacen que la novela sea un libro imprescidible para aquel que disfrute de tramas internacionales.

PD: Casi se me olvidaba, en este libro he leido de las mejores conversaciones entre personas. Si alguien lo lee que me comente al respecto...

Saludos a todos

domingo, 28 de octubre de 2012

La Caída de los Gigantes- recomendación

Buenas a todos compañeros de fatigas (y de lógicas reflexiones sobre el mundo actual). Vengo por estos lares a recomendaros encarecidamente este libro (La Caída de los Gigantes, de Ken Follet). Para todos aquellos que teniamos hecha la "picha un lio" con la 1ª Guerra Mundial, este libro ilustra paso a paso todos los acontecimientos de aquella época. Y contado desde distintos puntos de vista, como el alemán, británico, francés y ruso. Es decir, contextualizado desde países diametralmente distintos con su problemática interna. La realidad de cada país se explica a la sazón de 5 familias (galesa, inglesa, alemana, rusa y americana), que se entralazan en la política, la sociedad y el amor. El único problema es que es un "tochano" de 1.000 pag.

En resumen, un "peaso" libro, bien narrado y que os emplazo a que leáis.

Edu

sábado, 5 de mayo de 2012

Un canto a la libertad bien entendida

He vuelto a leer “Juan Salvador Gaviota”, de Richard Bach, he vuelto a rememorar el valor de la libertad.
Juan es una gaviota diferente al resto. No se conforma con comer, dormir y poco más, sino que busca algo más. Y encuentra ese algo más en el vuelo. Juan Salvador Gaviota quiere aprender a volar más y más rápido, más y más lejos, más y más perfecto… 
Sus ansías de perfección le convierten en alguien muy diferente a los demás miembros de la bandada, algo que preocupa a sus padres y cabrea al resto.  

Pobre Juan, se le olvidó que ser diferente tiene un precio.
Y soporta las burlas, los menosprecios, el rechazo y, finalmente, el exilio.
Y muere solo con sus vuelos.
La historia, así contada, parece triste, pero nada más lejos de la realidad.
Tras la muerte, comienza otra forma de entender la libertad.
En vida, la libertad se limitaba a hacer lo que más le gustaba, volar, sin hacer daño a nadie.
Tras la muerte, la libertad se transforma y se convierte en compartir, acompañar y cuidar a los que, como él, buscan algo más.

El que murió solo con sus vuelos desapareció feliz en el recuerdo de cientos.
Gran Juan Salvador Gaviota, tú sí que sabes.
Concluyo con las primeras palabras del libro: “Al verdadero Juan Gaviota, que todos llevamos dentro”.

Firmado: la mujer cangrejo.
[El libro se encuentra disponible aquí]

lunes, 9 de abril de 2012

Benito Pérez Galdós

Este denso , denso capítulo es un ejemplo de cuadro.-
Lo que hace Galdós con su narrativa es similar a lo que hacía Goya.
¿A que no es lo mismo, Jovellanos pintado por él que la duquesa de Alba o Fernando VII?
Si le eran o no simpáticos lo reflejaba su obra.
Imaginaos un ambiente enrarecido (de rancio abolengo), venido a menos, unas habitaciones polvorientas,  atiborradas de muebles.Un ambiente abarrotado y descolorido.
Época: la Restauración.Llegada de Fernando VII ,el deseado y nunca bastante odiado.

Las mayores RUINAS son las protagonistas.-Tres beatas.-
Paciencia al leerlo.Ironía no le falta.
Tomad aliento, y leed.
Ya. Sólo YO podía recomendarlo.


Las tres ruinas.(La Fontana de Oro )
Capítulo 15.


Las tres señoras de Porreño y Venegas vivían en una humilde casa de la calle de Belén: esta casa constaba de dos pisos altos, y aunque vieja no tenía mal aspecto, gracias á una reciente revocación. No había en la puerta escudo alguno, ni empresa heráldica, ni portero con galones en el zaguán, ni en el patio cuadra de alazanes, ni cochera con carroza nacarada, ni ostentosa litera. Pero si en el exterior ni en la entrada no se encontraba cosa alguna que revelase el altísimo origen de sus habitadores, en el interior, por el contrario, había mil objetos que inspiraban á la vez curiosidad y respeto. Es el caso que en la ruina de la familia, en aquella profana liquidación y en aquel bochornoso embargo que sucedió á la muerte del Marqués, pudo salvarse una parte de los muebles de la antigua casa (que estaba en la calle del Sacramento), y fueron transportados á la nueva y triste habitación, acomodándolos allí como mejor fué posible. Estos muebles ocupaban las dos terceras partes de la casa y casi todo el piso segundo, que también era de ellas. Les fué imposible entregar á la deshonra de una almoneda aquellos monumentos hereditarios, testigos de tantas grandezas y desventuras tantas.
En el pasillo ó antesala, que era bastante espacioso, habían puesto un pesado armario de roble ennegrecido, con columnas salomónicas, gruesas chapas de metal blanco en las cerraduras y bisagras, y en lo alto un óvalo con el escudo de la casa de Porreño y Venegas, el cual escudo consistía en seis bandas rojas en la parte superior, y en la inferior tres veneros relucientes sobre plata y verde, además de una cabeza de sarraceno, circuído todo con una cadena y un lema que decía: En la Puente de Lebrija peresci con Lope Díaz. (No nos detendremos en la explicación de este sapientísimo lema, que aludía sin duda á la muerte del primer Porreño en alguna de las expediciones de Alfonso VIII en Andalucía.)
Las paredes de la misma antesala estaban todas cubiertas con los retratos de quince generaciones de Porreños, que formaban la histórica galería de familia. Por un lado se veía á un antiguo prócer del tiempo del Rey nuestro señor don Felipe III, con la cara escuálida, largo y atusado bigote, barba puntiaguda, gorguera de tres filas de canjilones, vestido negro con sendos golpes de pasamanería, cruz de Calatrava, espada de rica empuñadura, escarcela y cadena de la Orden teutónica; á su lado una dama de talle estirado y rígido, traje acuchillado; gran faldellín bordado de plata y oro, y también enorme gorguera, cuyos blancos y simétricos pliegues rodeaban el rostro como una aureola de encaje. Por otro lado, descollaban las pelucas blancas, las enfocas bordadas y las camisas de chorrera; allí una dama con un perrito que enderezaba airosamente el rabo; acullá una vieja con un peinado de dos ó tres pisos, fortaleza de moños, plumas y arracadas; en fin, la galería era un museo de trajes y tocados, desde los más sencillos y airosos basta los más complicados y extravagantes.
Algunos de estos venerandos cuadros estaban agujereados en la cara; otros habían perdido el color, y todos estaban sucios, corroídos y cubiertos con ese polvo clásico que tanto aman los anticuarios. En las habitaciones donde dormían, comían y trabajaban las tres damas, apenas era posible andar á causa de los muebles seculares con que estaban ocupadas. En la alcoba había una cama de matrimonio, que no parecía sino una catedral. Cuatro voluminosas columnas sostenían el techo, del cual pendían cortinas de damasco, cuyos colores primitivos se habían resuelto en un gris claro con abundantes rozaduras y algún disimulado y vergonzante remiendo; en otro cuarto se veían dos papeleras de talla con innumerables divisiones, adornadas de pequeñas figuras decorativas é incrustaciones de marfil y carey. Sobre una de ellas había un San Antonio muy viejo y carcomido, con un vestido flamante y una vara de flores de reciente hechura. Frente á esto, y en unos que fueron vistosos marcos de palo-santo, se veían ciertos dibujos chinescos, regalo que hizo al sexto Porreño (1548) su primo el príncipe de Antillano, que fué con los portugueses á la India. Al lado de esto se hallaban unos vasos mejicanos con estrambóticas pinturas y enrevesados signos, que no parecían sino cosa de herejía. Según tradición, conservada en la familia, estos vasos, traídos del Perú por el séptimo Porreño, almirante y consejero del rey (1603), fueron mirados al principio con gran recelo por la devota esposa de aquel señor, que creyendo fuesen cosa diabólica y hecha por las artes del demonio, como indicaban aquellos cabalísticos y no comprendidos signos, resolvió echarlos al fuego; y si no lo hizo fué porque se opuso el octavo Porreño (1832), el mismo que fué después consejero de Indias y gran sumiller del señor rey don Felipe IV. Junto á la cama campeaba un sillón de vaqueta chaveteado, testigo mudo del pasado de tres siglos. Sobre aquel cuero perdurable se habían sentado los gregüescos acairelados de un gentil hombre de la casa del Emperador; recibió tal vez las gentiles posaderas de algún padre provincial, amigo de la casa; quizás sostuvo los flacos muslos de algún familiar del Santo Oficio en los buenos tiempos de Carlos II, y, por último había sido honroso pedestal de aquellas humanidades que llevan un rabo en el occipucio y aparecían constantemente aforradas en la chupa y ensartadas en el espadín.
No lejos de este monumento se encontraban dos ó tres arcones, de esos que tienen cerraduras semejantes á las de las puertas de una fortaleza, y eran verdaderas fortalezas, donde se depositaban los patacones, y donde se sepultaba la vajilla, la plata de familia, las alhajas y joyas de gran precio; pero ya no habla, en sus antros ningún tesoro, á no ser dos ó tres docenas de pesos que dentro de un calcetín guardaba doña Paz para los gastos de la casa. Encima de estos muebles se veían roperos sin ropa, jaulas sin pájaros, y arrinconado en la pared, un biombo de cuatro dobleces, mueble que, entre los demás, tenía no sé qué de alborozado y juvenil. Eran sus dibujos del gusto francos que la dinastía había traído á España; y en los cinco lienzos que lo formaban, había amanerados grupos de pastoras discretas y pastores con peluca al estilo de Watteau, género que hoy ha pasado á los abanicos.
También existe (y si mal no recordamos estaba en la sala) un reloj de la misma época con su correspondiente fauno dorado; pero este reloj, que en los buenos tiempos de los Porreños había sido una maravilla de precisión, estaba parado y marcaba las doce de la noche del 31 de Diciembre de 1800, último año del siglo pasado, en que se paró para no volver á andar más, lo cual no dejaba de ser significativo en semejante casa. Desde dicha noche se detuvo, y no hubo medio de hacerle andar un segundo más. El reloj, como sus amas, no quiso entrar en este siglo.
Un lienzo místico de pura escuela toledana ocupaba el centro de la sala al lado del décimo cuarto Porreño (padre feliz de doña Paz), pintado por Vanlóo. Este gran cuadro representaba, si no nos engaña la memoria, el triunfo del Rosario, y era un agregado de pequeñas composiciones dispuestas en elipse, un cada una de las cuales estaba un retrato de un fraile dominico, principiando por Vicenzius y acabando por Hyacinthus. En el centro estaba la Virgen con Santo Domingo, arrodillado; y no tenía más defecto sino que en el sitio donde el pintor había puesto la cabeza del santo, puso la humedad un agujero muy profano y feo. Pero á pesar de esto, el lienzo era el Sancta Sanctorum de la casa, y representaba los sentimientos y creencias da todos los Porreños, desde el que pereció en Andalucía con Lope Díaz, hasta las tres ruinosas damas, que en la época de nuestra historia quedaban para muestra de lo que son las glorias mundanas.
En el cuarto de la devota … (lo describimos de oídas, porque ningún mortal masculino pudo jamás entrar en él) había una Santa Librada, imagen de quien era especial devoto y fiel ahijado el tercer Porreño (1465). Con los años se le había roto la cabeza; pero doña Paulita tuvo buen cuidado de pegársela con un enorme pedazo de cera, si bien quedó la santa tan cuellitorcida, que daba lástima. Junto á la cama (pudoroso y casto mueble que nombramos con respeto) estaba el reclinatorio, al cual no se acercaban ni sus tías. Sobre él se erguía un hermoso Cristo de marfil, desfigurado por un faldellín de raso blanco, bordado de lentejuelas, y una cinta anchísima y un amplio lazo que de los pies le colgaba. El reclinatorio era una bella obra de talla del siglo XVI; pero un carpintero del XIX le había añadido para componerlo varios listones de pino, dignos de un barril de aceitunas. El cojín donde las rodillas de la santa se clavaban por espacio de cuatro horas todas las noches era tan viejo, que su origen se perdía en la obscuridad de los tiempos; su color era indefinible: la lana se salía á prisa por sus grandes roturas.
Todas estas reliquias, recuerdo de pasadas glorias, de instituciones, de personas, de días pasados, tenían un aspecto respetable y solemne. Al entrar en aquella casa y ver aquellos objetos deteriorados por el tiempo, bellos aún en su miseria, el visitador se sentía sobrecogido de estupor y veneración. Pero las reliquias, las ruinas que más impresión producían, eran las tres damas nobles y deterioradas que allí vivían, y que en el momento de nuestra historia, correspondiente á este capítulo, estaban sentadas en la sala, puestas en fila. María de la Paz, la más vieja, en el centro; las otras dos á los lados. Una de ellas tenía en la mano un libro de horas, otra cosía, la tercera bordaba con hilo de plata un pequeño roponcillo de seda, que sin duda se destinaba á abrigar las carnes de algún santo de palo. Las tres, colocadas con simetría, silenciosas y tranquilamente ensimismadas en su oración ó su trabajo, ofrecían un cuadro sombrío, glacial, lúgubre. Describiremos los principales rasgos de esta trinidad ilustre.
María de la Paz (quitémosla el doña, porque supimos casualmente que le agradaba verse despojada de aquel tratamiento), hermana menor del Marqués de Porreño, era una mujer de esas que pueden hacer creer que tienen cuarenta años, teniendo realmente más de cincuenta. Era alta, gruesa y robusta, de cara redonda y pecho abultado, que se hacia más ostensible por el singular empeño de ceñirse á la altura usada en tiempo de María Luisa. Su rostro, perfectamente esferoidal, descansaba sin más intermedio sobre el busto; y su pelo, negro aún por una condescendencia de los años, y partido en dos zonas sobre la frente, le tapaba entrambas orejas, recogiéndose atrás. Su nariz era pequeña y amoratada; su boca más pequeña aún y tan redonda, que parecía un botón encarnado; los ojos no muy grandes, la barba prominente, los dientes agudos, y uno de ellos le asomaba siempre cuando más cerrados tenía los labios. De la extremidad visible de sus orejas pendían dos enormes herretes de filigrana, que parecían dos pesos destinados á mantener en equilibrio aquella cabeza. En el siniestro lado tenía una grande y muy negra verruga, que asemejaba un exvoto puesto en el altar de su cara por la piedad de un católico. El cuerpo formaba gran armonía con el rostro; y en sus manos pequeñas, coloradas y gordas, resplandecían muchos anillos, en los que los brillantes habían sido hábilmente trocados por piedras falsas. Echemos un velo sobre estas lástimas.
Salomé era un tipo enteramente contrario. Así como la figura de Paz no tenía nada de aristocrático, la de ésta era de esas que la rutina ó la moda califican, cuando son bellas, de aristocráticas. Era alta y flaca, flaca como un espectro. Su rostro amarillo había sido en tiempo de Carlos IV un óvalo muy bello; después era una cosa oblonga que medía una cuarta desde la raíz del pelo á la barba; su cutis, que había sido finísimo jaspe, era ya papel de un título de ejecutoria, y los años estaban trazados en él con arrugas tan rasgueadas que parecían la complicada rúbrica de un escribano. No se sabe cuántos años habían firmado sobre aquel rostro. Las cejas arqueadas y grandes eran delicadísimas: en otro tiempo tuvieron suave ondulación; pero ya se recogían, se dilataban y contraían como dos culebras. Debajo se abrían sus grandes ojos, cuyos párpados ennegrecidos, cálidos, venenosos y casi transparentes, se abatían como dos compuertas cuando Salomé quería expresar su desdén, que era cosa muy común. La nariz era afilada y tan flaca y huesosa, que los espejuelos, que solía usar, se le resbalaban por falta de cosa blanda en que agarrarse, viéndose la señora en la precisión de sujetárselos atrás con una cinta. Y, por último, para que esta efigie fuera más singular, adornaban airosamente su labio superior unos vellos negros que habían sido agraciado bozo y eran ya un bigotillo barbiponiente, con el cual formaban simetría dos ó tres pelos arraigados bajo la barba, apéndices de una longitud y lozanía que envidiara cualquier moscovita.
El despecho crónico había dado á este rostro un mohín repulsivo y una siniestra contracción que se avenía muy bien con las formas de la figura y su atavío. Desaparecían los cabellos bajo un tocado de tristísimo aspecto, y el cuello, que fué comparado al del cisne por un poeta quejumbrón del tiempo de Comella, era ya delgado, sinuoso y escueto. Marcábanse en él los huesos, los tendones y las venas, formando como un manojo de cuerdas; y cuando hablaba alterándose un poco, aquellas mal cubiertas piezas anatómicas se movían y aguaban como las varas de un telar. Debajo de toda esta máquina se extendía en angosta superficie el seno de la dama, cuyas formas al exterior no podría apreciar en la época de nuestra historia el más experimentado geómetra, y más abajo la otra máquina de su talle y cuerpo, inaccesible también á la inducción; máquina que á fuerza de ataques nerviosos había llegado á la más completa morosidad. Cubríala un luengo traje negro. Entre los pliegues de un vastísimo pañuelo del mismo color, se destacaban dos manos blancas, finísimas, de un contorno y suavidad admirables. Pero no eran las manos la única cosa bella que se advertía en aquella ruina, no: tenía otra cosa mil veces más bella que las manos, y eran los dientes, que, salvados del general desastre, se conservaban hermosísimos, con perfecta regularidad, esmalte brillante é intachable forma. Oh, los dientes de aquella señora eran divinos: sólo ellos recordaban el antiguo esplendor; y cuando aquel vestigio se sonreía (cosa muy rara); cuando dejaba ver, contrastando con lo desapacible del rostro, las dos filas de dientes de incomparable hermosura, parecía que la belleza, la felicidad y la juventud se asomaban á su boca, ó que una luz aclaraba aquel rostro apagado.
Doña Paulita (nunca pudo quitarse ni el doña ni el diminutivo) no se parecía en nada ni á su tía ni á su prima. Era una santa, una santita. Sus ademanes estaban en armonía con su carácter, de tal modo, que verla y sentir ganas de rezarle un Padrenuestro era una misma cosa. Miraba constantemente al suelo, y su voz tenía un timbre nasal é impertinente como el de un monaguillo constipado. Cuando hablaba, cosa frecuente, lo hacía en ese tono que generalmente se llama de carretilla, como dicen los chicos la lección; en el tono en que se recitan las letanías y los gozos. Examinando atentamente su figura, se observaba que la expresión mística que en toda ella resplandecía, era más bien debida á un hábito de contracciones y movimientos, que á natural y congénita forma. No se crea por eso que era hipócrita, no: era una verdadera santa, una santa por convicción y por fervor.
Tenía el rostro compungido y desapacible, pálido y ojeroso, áspera y morena la tez, con el circuito de los ojos como si acabara de llorar; las cejas muy negras y pobladas; la boca un poco grande y con cierta gracia innata, casi desfigurada por el mohín compungido de sus labios, hechos á la modulación silenciosa de palabras santas.
El que fuera digno de gozar el singular privilegio de ser mirado por ella, habría advertido en sus ojos la inalterable fijeza, la expresión glacial, que son el primer distintivo de los ojos de un santo de palo. Pero había momentos, y de esto sólo el autor de este libro puede ser testigo; había momentos, decimos, en que las pupilas de la santa irradiaban una luz y un calor extraordinarios. Y es que, sin duda, el alma abrasada en amor divino se manifiesta siempre de un modo misterioso y con síntomas que el observador superficial no puede apreciar.
Su vestido era recatado y monjil, no siendo posible certificar que bajo sus tocas hubiera algo parecido á una cabellera, aunque nos atrevemos á asegurar que la tenía, y muy hermosa. Su estatura no pasaba de mediana, y á pesar de la modestia, poca elegancia, y ninguna presunción con que vestía, era indudable que un mundano topógrafo, llamado á medir las formas de aquella santa, no se hubiera encontrado con tanta falta de datos como en presencia de su ilustre prima la acartonada Marta Salomé.
Conocida esta trinidad ilustre, conviene recordar algunos antecedentes históricos. Allá por los años de 1790, los Porreños eran muy ricos, tenían gran boato y gozaban de mucha preponderancia en la Corte. Entonces Paz tenía diez y nueve años, y era tan fresca, robusta y coloradota, que un poeta de aquel tiempo la comparó á Juno. Decían sus primas por lo bajo que era muy orgullosa, y su padre el decimocuarto de los Porreños, aseguraba que no había príncipe ni duque que fuera digno de aquella flor. Estuvo arreglado su casamiento con un joven de la ilustre casa de Gaytán de Ayala; pero aconteció que el tal no gustó de Juno, y la boda fué un sueño. Es imposible pintar el dolor que tuvo la infeliz cuando María Luisa, hallándose una noche en casa de la duquesa de Chinchón, se permitió hacer, con su acostumbrada malicia, algunas apreciaciones un poco picantes sobre la gordura y redondez de nuestra diosa.
Esto no fué, sin embargo, obstáculo para que, pasados cuatro meses, se ajustaran las bodas de Paz con un caballero irlandés que estaba en la embajada inglesa. Pero el diablo, que no duerme, hizo que ocurrieran á última hora algunas dificultades: el decimocuarto Parreño era cristiano muy viejo y muy temeroso de Dios; y cierto fraile de la Merced, que frecuentaba la casa y tomaba allí el chocolate todas las noches, dió en probar, con la autoridad de San Anselmo y Orígenes, que aquel caballerito irlandés era hereje y poco menos que judío. Alarmóse la susceptible conciencia del Marqués, y después de echarle un sermón consolatorio á Paz, ésta se quedó sin marido, con la triste circunstancia de que se ponía cada vez más gorda, y ni bajándose el talle podía disimular aquel mal. Por último, en Diciembre de 1795, Paz se casó con un pariente viejo y fastidioso, que cometió el singular despropósito de morirse á los siete días de casado, dejando á su mujer más gruesa, pero no en cinta. Por la rama femenina los Porreños se quedaron sin sucesión, lo cual hacía que el viejo Marqués, en sus accesos de melancolía, se pusiera á llorar como un niño, presagiando el triste fin y acabamiento de su gloriosa casa.
Entonces murió el viejo: heredóle su hijo don Baltasar, padre de Salomé; y con ésta, cuya belleza era notable, había formado el padre proyectos matrimoniales que remediaran la ruina que ya le amenazaba. El pleito comenzaba á aparecer formidable, siniestro, terrible, como un monstruo de múltiples miembros; habíase apoderado de la casa, la estrechaba, la devoraba, la consumía. Un pleito es un incendio; pero más terrible, porque es más lento. La casa ilustre comenzaba á desmoronarse: era inútil que le quisieran poner un puntal aquí, otro allá; la casa se venía al suelo, porque el monstruo terrible no cesaba en su actividad destructora. Lo único que logró don Baltasar fué disimular su ruina. Nadie creía que aquella casa poderosa estaba devorada por los acreedores. Sólo Elías Orejón, que gozaba sin sueldo de las preeminencias de intendente, lo sabía. Don Baltasar fundaba su esperanza en Salomé, cuyo peinado de canastillo había seguramente gustado mucho al joven Duque de X…, que buscaba esposa en la tertulia de la citada Duquesa de Chinchón.
Salomé era entonces una Sílfide. Ninguna le igualaba en esbeltez y delicadeza: vestía con suma gracia y sencillez, y bailaba el minueto da una manera tan sutil y ligera, que aparecía del modo menos terrestre que es posible en la figura humana.
El Duque se enamoró de ella como un loco: hizo que uno de los más enfadosos poetas de aquel tiempo escribieran unas estrofas amatorias, que el joven apasionado deslizó suavemente en la mano de Salomé á la salida de un baile. Sentimos no tener á mano estas estrofas, porque son un documento notable y digno de ser conocido. En prosa neta contestó la joven; pero no fué menos expresivo su estilo. Hicieron amistades; de las amistades pasaron al galanteo, y del galanteo al proyecto de boda. Don Baltasar creyó en el afianzamiento de su casa; pero se llevó un terrible chasco. De repente los Duques de X … se opusieron al casamiento de su hijo; Salomé estuvo siete días en cama con dolor de muelas; su padre oyó con sumisión la homilía que el fraile le espetó por vía de consuelo, y Elías Orejón le leyó en seguida unas terribles cuentas, que le hicieron el efecto de un tósigo.
La joven empezó entonces á enflaquecer. Por un amigo de la casa hemos sabido que antes que el peinado de canastillo impresionara tan enérgicamente al joven Duque, había indicios para creer que á Salomé no le era del todo indiferente un teniente de húsares del Rey, que medía la calle del Sacramento lo menos cien veces al día. Es también seguro que Salomé pasaba muchas noches llorando, y que en aquel asunto intervinieron el fraile y el Marqués. El teniente fué mandado al Perú, y no se supo nada más de él.
Es imposible expresar lo que sufrió la pobre alma de la joven Porreño con el terrible golpe del rompimiento de la boda. Ella esperaba no sé qué de aquel enlace. ¡Misterios femeninos! Lloró por el teniente y rabió por el Duquesito. Desde aquellos días principió á advertirse en ella la modificación que la llevó al estado en que la conocemos. La displicencia atrabiliaria, el desdén amargo, la impasibilidad indiferente aparecieron entonces, y se apoderaron por último, de su espíritu por completo. Llegó con los años á ser la persona más desapacible y de trato más fastidioso que pudiera concebirse, ella que había tenido un carácter tan flexible, un trato tan amable, una manera de insinuarse tan suave y halagüeña.
No así doña Paulita, que siempre había encontrado consuelos en la religión. Desde niña había sido reputada como un ángel; no hacía más que rezar y cantar á estilo de coro, remedando lo que oía en las Carboneras. Los domingos decía misa en un pequeño altar, que ella misma había formado, y también predicaba desde lo alto de una mesa con gran regodeo de toda la servidumbre, que acudía para oírla desde los cuatro polos de la casa. Ya más grandecita, manifestaba un vehemente horror á los saraos y á los teatros; lo único que pudo agradarla un poco fué una función de toros, á que la llevó su padre, gran aficionado. Solamente iba doña Paulita al teatro cuando se representaba algún auto en la Cruz por fiestas de Corpus, pero siempre iba con permiso de su confesor.
Entrada en los diez y ocho años, oyó con horror las proposiciones del decimoquinto Porreño, su tío, para que se casara.
—Yo—dijo,—ó seré hija de Jesucristo, ó viviré en mi casa, ausente del mundo, buscando en ella un baluarte contra el demonio.
—Bien, hija mía: si es éste tu gusto—dijo el tío,—sea. Creció con los años su devoción, pero no hipócrita, sino devoción verdadera, legítimo fervor cristiano. Tenía grandes visiones, y en llegando la Cuaresma se disciplinaba, y decían los criados que en las altas horas de la noche sentían los azotes que se daba. En la época de la decadencia, cuando vivían en la calle de Belén, visitaba todos los días á las vecinas monjas de Góngora, conversando con ellas largas horas. Con ellas consultaba sus visiones y contravisiones, relatando sus deliquios y arrebatos de amor divino. Otros días llegaba muy apurada para contarles cómo había sentido unas terribles tentaciones, y que bebiendo vinagre se le habían quitado.
Así pasaba los días en sabroso comercio con lo desconocido, lo mismo en la época de su apogeo que en la de su decadencia.
Estos tres ángeles caídos llevaban una vida monótona y triste. Su casa era la casa del fastidio. Parecía que las tres se fastidiaban de las tres, y cada una de las demás.
Nos hemos olvidado de otro importante inquilino. Era un delicado ejemplar de la raza canina, un perrito que representaba en la casa el elemento irracional. Mas en este ser no se veían nunca la inquietud y alborozo propios de su edad y de su raza; antes, por el contrario, era tan melancólico como sus amas. En los tiempos do prosperidad había en la casa muchos perros: dos falderos, un pachón y seis ó siete lebreles, que acompañaban al decimocuarto Porreño cuando iba á cazar á su dehesa de Sanchidrián…. Con la ruina de la casa desaparecieron los canes: unos por muerte, otros porque el destino, implacable con la familia, alejó de ella á sus más leales amigos. Mas en su decadencia, las tres damas no podían pasarse sin perro: y es fama que un día, viniendo doña Paz de visitar á sus amigas las Carboneras, al pasar por la Puerta del Sol, vió á un hombre que vendía unos falderillos de pocos días. Acercóse con emoción y cierta vergüenza, pagó uno con ocho cuartos y se lo llevó bajo el manto.
Instalado el perro en la casa, Salomé le puso nombre, y recordando las lucubraciones mitológicas y pastoriles de los poetas que en el tiempo de la Chinchón la obsequiaban con sus versos, le puso el nombre clásico de Batilo.
Este desventurado ser se hallaba en el momento de nuestra descripción echado á los pies de María de la Paz, semejando en su actitud á los perros ó cachorrillos que duermen el sueño del mármol inerte á los pies de la estatua yacente de un sepulcro.
Las de Porreño se levantaban á las siete de la mañana, tomaban un chocolate del más barato, y se iban á las Góngoras. Oían tres misas y parte de una cuarta. Si era domingo confesaban, y después volvían á casa, quedándose generalmente doña Paulita en el locutorio á hablar de las llagas de San Francisco. A la una comían (no tenían criada) una olla decente con menos de vaca que de carnero, y algunos platos condimentados por el instinto (no educación) culinario de María de la Paz, que consideraba como la última de las humillaciones la de entrar en la cocina. Después hacían labor. Una vez al año visitaban á cierta condesa vieja que las conservaba alguna amistad á pesar de la desgracia. Llegada la noche, rezaban á trío por espacio de dos horas, y después se acostaban. Al sumergirse en aquellas camas arquitectónicas, verdaderos monumentos de otros tiempos, los tres vestigios de la familia insigne de Porreño, vivos exóticamente en nuestros días, parecía que se hastiaban del mundo de hoy y se volvían á su siglo.
Concluyamos: la más inalterable armonía reinaba aparentemente entre ellas. Parecían no tener más que un pensamiento y una voluntad. La unción de Paulita se comunicaba á las otras dos, y la misantropía amarga de Salomé se repetía igualmente en las demás. La alegría, el dolor, las alteraciones de la pasión y del sentimiento no se conocían en aquella región del fastidio. La unidad de aquella trinidad era un misterio. En los momentos normales de la vida las tres no eran más que una: lo antiguo manifestado en un triángulo equilátero; el hastío representado en tres modos distintos, pero uno en esencia.

domingo, 8 de abril de 2012

El día que murió Marilyn. Terenci Moix

Leer este fragmento que os paso...

"- ¿Qué te pasa?
- Que eso no está nada bien.
- ¿Por qué?
- Porque no. Mamá lo dice.
- Tu madre es del año de la pera.
- No. Lo que pasa es que mamá quiere que yo sea una chica formal.
- Y tú te estás muriendo de ganas de que yo te bese...
- ¿Sabes que a veces eres muy desagradable?
- Mejor.
Callamos un rato. Después:
- ¿Subes a casa?
- No.
- Ya te has enfadado.
- No.
- Mentira. Te has enfadado.
- Pues si. Me he picado.
- ¡Mira que eres tonto! Una cosa es jugar y otra ir en serio.
- Si estuvieras con los del grupo, seguro que te dejarías besar...
- A lo mejor sí. Pero es que entonces no habría ningún peligro. Pero tú, cuando me besas estando solos, es como si me desearas de mala manera...
- ¡Claro que sí! ¡Como que te deseo!
- Pues eso es pecado. ¿No lo sabías?"

1962. Sitges. Era la  moral de la época, aunque había unos pocos transgesores. Ahora, no me digaís que no, a uno le da la risa leyendo esto. Da vértigo pensar como hemos pasado de "es pecado" a "Televisión. Cuatro. ¿Quién quieres casarse con mi hijo".

Este fragmento esta sacado el libro "El día que murió Marilyn" de Terenci Moix

domingo, 1 de abril de 2012

¿Por qué leemos?

Hola a tod@s:

Estaba leyendo el blog de Antonio Linde y no he podido resistirme a compartir con vosotros una canción que recomienda de Nick Lowe que se titula "I read a lot" (leo un montón). Es la historia de una persona que encuentra consuelo en la lectura. Os recomiendo escuchar el vídeo mientras leéis la letra abajo.


I read a lot, nowadays,
much more than before
you left me high and dry
in a loveless land
with nothing but time on my hands.

I read a lot, not just magazines,
but other more serious things,
to get me through the day
nighttime too
whilst wondering how in the world
to go on without you.

"Lonely" isn't the word for me now.
"Blue" doesn't describe it somehow.
"Blue" isn't the word for me now.

I read a lot, I can't put it down
while others are painting the town
you'll find me in a world of fantasy
Population: one. That's me.

So if you ask me how I stop
contemplating what I now have not
I'll reply I read a lot.

martes, 20 de marzo de 2012

"El hombre es un lobo para el hombre", de Hobbes

«El hombre es un lobo para el hombre.» 
Esta es la frase que no he podido olvidar desde que se la oí decir a mi profesor de filosofía en el instituto, y no es que el hombre me inspirara mucho ya que llegaba a clase, soltaba el rollo, no miraba casi a nadie a la cara y se iba...pero de tanto en tanto te soltaba alguna frase que te hacía reflexionar.
Yo pienso en esta frase cada vez que veo vigilancia, nos blindamos la puerta, nos compramos cerrojos, instalamos una alarma, no nos fiamos de nadie en los medios públicos de transporte...vosotros qué pensáis?
por cierto, el autor de esta cita es el filósofo, teólogo, y muchas otras cosas más...Thomas Hobbes.

domingo, 18 de marzo de 2012

Interrogatorios. Algo sobre espias

El siguiente fragamento sale del libro "El peregrino secreto" de John le Carré.

Lo pongo a colación pensando el los recientes casos de desapariciones de niños y demás situaciones que se dan últimamente y que salen en los teledirarios.Viene muy al cuento.

"- Oh, descubrir al embustero require un cierto arte, desde luego -concedió Smiley dudando, y tomó un sorbo de la copa-. Pero el verdadero arte reside en reconocer la verdad, lo cual es mucho más difícil. Durante un interrogatorio, nadie actúa con normalidad. Los estúpidos lo hacen con inteligencia. Los inteligentes, con estupidez. Los culpables parecen tan inocentes como la luz del día y los inocentes, rematadamente culpables. Y, de vez en cuando, las personas actúan tal como son y dicen la verdad tal como ellas la entienden, y, desde luego, son los pobres diablos a los que siempre se caza. No hay nadie menos convincente para nuestro miserable oficio que el hombre inocente que no tiene nada que ocultar.

jueves, 8 de marzo de 2012

Séneca

La siguiente cita la he encontrado en el libro "Historia del cerco de Lisboa" de José Saramago.

"Válgase, pues, el corrector de éste catálogo y prosperará, y sírvase también de los beneficios de aquella sentencia de Séneca, reticente como a los días de hoy conviene, Onerat discentem turba, non instruit, máxima lapidaría que la madre del corrector, hace muchos años, y sin saber latín y poquísimo de su lengua propia, traducia con natural escepticismo, Cuanto más lees menos sabes."

¡Ojo! Algunas veces estoy de acuerdo...

sábado, 25 de febrero de 2012

RIMBAUD: EL POETA DE LAS LLAMAS DEL ALMA

  Si tenéis oportunidad, echad un vistazo a los poemas de este insólito poeta.
Que ha sido, y todavía es, una constante inspiración.
Sinceramente, os lo recomiendo.
DANI.
Podéis encontrar más información aquí.

domingo, 19 de febrero de 2012

¿Ha pasado el tiempo?

A continuación os pasare dos fragmentos de un libro (vanagloriado o denostado por la crítica). Se aceptan comentarios:

1. El chico habla de su colegio...

"Empezaré por el día en que salí de Pencey, que es un colegio que hay en Agestown, Pennsylvania. Habrán oído hablar de él. En todo caso, seguro que han visto la propaganda. Se anuncia en miles de revistas siempre con un tío de muy buena facha montado en un caballo y saltando una valla. Como si en Pencey no se hiciera otra cosa que jugar todo el santo día al polo. Por mi parte, en todo el tiempo que estuve allí no vi un caballo ni por casualidad. Debajo de la foto del tío montando siempre dice lo mismo - Desde 1888 moldeamos muchachos transformándolos en hombres espléndidos y de mente clara-. Tontadas. En Pencey se moldea tan poco como en cualquier otro colegio. Y allí no había un solo tío ni espléndido, ni de mente clara. Bueno, sí. Quizá dos. Eso como mucho. Y probablementeya eran así de nacimiento"

2. ¿Qué hace el chico?

Spencer = profesor de Pencey

"Spencer me preguntó algo, pero no le oí porque estaba pensando en Haas.
-¿Qué? - le dije.
- ¿No siente remordimientos por tener que dejar Pencey?
- Claro que sí, claro que siento remordimientos. Pero muchos no. Por lo menos todavía. Creo que aún no lo he asimilado. Tardo mucho en asimilar las cosas. Por ahora sólo pienso en que me voy a casa el miércoles. Soy un tarado.
- ¿No te preocupa en absoluto el futuro, muchacho?
- Claro que me preocupa. Naturalmente que me preocupa -medité unos momentos-. Pero no mucho supongo. Creo que mucho, no.
- Te preocupará -dijo Spencer-. Ya lo verás, muchacho. Te preocupará cuando sea demasiado tarde.
No me gustó oírle decir eso. Sonaba como si ya me hubiera muerto. De lo más deprimente.
- Supongo que sí -le dije.
- Me gustaría imbuir un poco de juicio en esa cabeza, muchacho. Estoy tratando de ayudarte. Quiero ayudarte si puedo.
Y era verdad. Se le notaba. Lo que pasaba es que estábamos en campos opuestos. Eso es todo.
- Ya lo sé, señor -le dije-. Muchas gracias. Se lo agradezo mucho. De verdad.
Me levanté de la cama. ¡Jo! ¡No hubiera aguantado allí ni diez minutos más aunque me hubiera ido la vida en ello!
- Lo malo es que tengo que irme. He de ir al gimnasio a recoger mis cosas. De verdad.
Me miró y empezó a mover de nuevo la cabeza con una expresión muy seria. De pronto me dio una pena terrible, pero no podía quedarme más rato por eso de que estábamos en campos opuestos..."

Este libro fué escribto en 1945. ¿Se diferencia algo aquella juventud de la actual? Seguramente sí, pero hay ciertos aspectos, como el pasotismo y la falta de esfuerzo que surgen de nuevo. Paradójico la involución en la cual se encuentra nuestra juventud.

Por cierto el libro es "El guardíán entre el centeno".

domingo, 12 de febrero de 2012

Carta de un psicópata

La siguiente transcripción está sacada del libro "El silencio de los corderos" de Thomas Harris. Es la carta de despedida de Anibal Lecter (cuando ya se ha escapado del cerco de la policía) hacía Clarice Starling, la agente del FBI que interpreta Jodie Foster. Merece leerse con tranquilidad.

"Bien, Clarice, ¿han dejado de balar ya los corderos?.
Me debe una información, ¿se acuerda?, y me gustaría que me la comunicase.
Un anuncio en la edición nacional del Times y del Internacional Herald-Tribune el día primero de cada mes será lo más adecuado. Mejor que ponga también otro en el China Mail.
No me sorprendería que la respuesta fuese sí y no. Los corderos se habrán callado de momento, pero usted, Clarice, se juzga a sí misma con la piedad de la balanza del Averno y tendrá que ganarse una y otra vez ese bendito silencio. Porque a usted lo que la impulsa es el compromiso, fijarse un objetivo, y el compromiso no cesa, nunca.
No tengo intención de ir a visitarla, Clarice, porque el es mundo es más interesante si usted está en él. Procure hacerme objeto de la misma cortesía"

¡Vaya remate final ehhh! Saludos a todos y si teneís en mente la película, volver a verla, ¡Vale la pena!

sábado, 4 de febrero de 2012

Enlaces recomendados

Pequeño compendio de errores que cometen (o pueden cometer) futuros escritores. Lectura rápida y acertada que es de obligado cumplimiento.
Os recomiendo este blog. Encontrareís historias muy tiernas y variopintas. Os sugiero sobre todo "Cartas de amor con una desconocida".
Pequeño artículo, tendiente a la vena filosófica, del porque de escribir. Apto para leérselo con música tantra.


Discurso del premio Nobel de Literatura de 2011, Mario Vargas Llosa, donde se ensalza el poder de la literatura, la creación y la ficción que encarnan los libros. Por favor, leánselo y opinen.

El capitán Alatriste, origen de su "rango" y el reflejo de una época.



"No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente. Se llamaba Diego Alatriste y Tenorio, y había luchado como soldado de los tercios viejos en las guerras de Flandes. Cuando lo conocí malvivía en Madrid, alquilándose por cuatro maravedís en trabajos de poco lustre, a menudo en calidad de espadachín por cuenta de otros que no tenían la destreza o los arrestos para solventar sus propias querellas. Ya saben: un marido cornudo por aquí, un pleito o una herencia dudosa por allá, deudas de juego pagadas a medias y algunos etcéteras más. Ahora es fácil criticar eso; pero en aquellos tiempos la capital de las Españas era un lugar donde la vida había que buscársela a salto de mata, en una esquina, entre el brillo de dos aceros. En todo esto Diego Alatriste se desempeñaba con holgura. Tenía mucha destreza a la hora de tirar de espada, y manejaba mejor, con el disimulo de la zurda, esa daga estrecha y larga llamada por algunos vizcaína, con que los reñidores profesionales se ayudaban a menudo. Una de cal y otra de vizcaína, solía decirse. El adversario estaba ocupado largando y parando estocadas con fina esgrima,y de pronto le venía por abajo, a las tripas, una cuchillada corta como un relámpago que no daba tiempo ni a pedir confesión. Sí. Ya he dicho a vuestras mercedes que eran años duros.

El capitán Alatriste, por lo tanto, vivía de su espada. Hasta donde yo alcanzo, lo de capitán era más un apodo que un grado afectivo. El mote venía de antiguo: cuando, desempeñándose de soldado en las guerras del rey, tuvo que cruzar una noche con otros veintinueve compañeros y un capitán de verdad cierto río helado, imagínenese, viva España y todo eso, con la espada entre los dientes y en camisa para confundirse con la nieve, a fin de sorprender a un destacamento holandés. Que era el enemigo de entonces porque pretendían proclamarse independientes, y si te he visto no me acuerdo. El caso es que al final lo fueron, pero entre tanto los fastidiamos bien. Volviendo al capitán, la idea era sostenerse allí, en la orilla de un río, o un dique, o lo que diablos fuera, hasta que al alba las tropas del rey nuestro señor lanzasen un ataque para reunirse con ellos. Total, que los herejes fueron debidamente acuchillados sin darles tiempo a decir esta boca es mía. Estaban durmiendo como marmotas, y en ésas salieron del agua los nuestros con ganas de calentarse y se quitaron el frío enviando herejes al infierno, o a donde vayan los malditos luteranos. Lo malo es que luego vino el alba, y se adentró la mañana, y el otro ataque español no se produjo. Cosas, contaron después, de celos entre maestres de campo y generales. Lo cierto es que los treinta y uno se quedaron allí abandonados a su suerte, entre reniegos, por vidas de y votos a tal, rodeados de holandeses dispuestos a vengar el degüello de sus camaradas. Más perdidos que la Armada Invencible del buen rey don Felipe el Segundo. Fue un día largo y muy duro. Y para que se hagan idea vuestras mercedes, sólo dos españoles consiguieron regresar a la otra orilla cuando llegó la noche. Diego Alatriste era uno de ellos, y como durante toda la jornada había mandado la tropa, al capitán de verdad lo dejaron listo de papeles en la primera escaramuza con dos  palmos de acero saliéndole por la espalda, se le quedó el mote, aunque no llegara a disfrutar del empleo. Capitán por un día, de una tropa sentenciada a muerte que se fue al carajo vendiendo cara su piel, uno tras otro, con el río a la espalda y blasfemando en buen castellano. Cosas de la guerra y la vorágine. Cosas de España."

(El Capitán Alatriste- Arturo Pérez Reverte). Primeras páginas

NO TINC RES

 No tinc res o gairebé res per això sóc ric, molt ric. Només tinc aquesta brisa suau que ara em perfuma el teu dolç record entre el desig i ...