He salido esta mañana a dar una vuelta. Me gusta caminar. Es un ejercicio que me ayuda a pensar, a resituarme en este universo fugaz. Un universo que se expande y se cantrae como si fuera un gigantesco corazón.
Mientras caminaba iba observando el paisaje, los rostros, la gente, las prisas, los coches, la ansiedad...
La ansiedad el perfume de este mundo moderno. La ansiedad, la esencia de nuestras vidas. Vidas pequeñas que dan vueltas y vueltas al rededor de cualquier ilusión. O desilusión, que también podría ser.
Paseaba tras una mascarilla. Una mascarilla entre mascarillas, y una vez más he comprobada lo misteriosa qué es la vida. Lo extraño que en verdad resulta vivir. Tal vez y en el fondo, no haya ninguna finalidad en la vida y en nada.
Mientras mis píes andaba y me navegaban por el mar de asfalto, notaba que el tiempo en su insaciable tic-tac, me limaba el rostro y el alma.
He imaginado que los demás transeúntes pensaban exactamente lo mismo que yo. Y que me iban añadiendo cosas a mi reflexión matutina.
Luego, de regreso a casa, me he puesto a teletrabajar unas horillas. He vuelto a sentir que esta vida cada vez es más y más extraña. Mis compañeros de trabajo estaban navegando en el ciberespacio. De vez en cuando me levantaba y me hacía un café. Y mientras me lo tomaba pensaba en lo confuso que es todo.
Claro, que esa misma confusión no deja de tener su belleza y su magia.
Al fin y al cabo todo y nada está en cada uno de nosotros. Y con un poco de curiosidad y de imaginación uno puede llegar a donde sea.
No sé si me explico, pero yo ya me entiendo...
Dani T. D. 30/11/2020
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