Estaba en el trabajo realizando sus tareas, cuando de repente L sintió que estava gestando en sus entrañas una novela. Que extraño, pensó, si yo no soy novelista. Habré comido algo en mal estado, o me han introducido algo por equivocación cuando venía en el tranvía.
L tampoco era lector de libros. Sólo leía lo imprescindible, para no desentonar, más que nada. A demás, tenemos todo lo necesario a nuestro alcance, ¿para qué complicarnos la vida leyendo historias y reflexiones que a uno le traen sin cuidado?
La filosofía de L era esa. Por eso le extrañó de que estuviese gestando una novela. Así que pidió hora al médico.
Dos días más tarde, L se encontraba en la consulta del médico. Después de un reconocimiento eficaz, pero un pelin veloz el profesional le comunicó que sí, que estaba gestando un volumen de unas trescientas páginas.
-Qué raro pero si a mi los libros me importan un quilo de pimientos morunos. -confesó L al doctor.
-Tranquilo, que para triunfar en el mundo de las letras, o en cualquier otra cosa, hoy en día no hace falta ningún requerimiento intelectual de ningún tipo. Ya verás como todo irá sobre ruedas, ¡te espera un futuro de la hostia! -contestó el médico
-Pero yo no quiero ni dedicarme a escribir, ni a ser un personaje famoso. Lo que yo quiero es esta vida que llevo. Una vida aburrida, insatisfactoria pero práctica, y artificiosamente feliz. ¿Qué más puede pedir una hombre?
El doctor se quedó parado y mirando a los ojos de su paciente, soltó:
-Ya y yo no quería ser médico. Pero ya ves el destino es un hijo de la gran puta. Y es imposible corregirlo, al no ser que seas juez o un eficaz asesino en serie.
Al escuchar estas últimas palabras L aceptó con resignación su más caprichoso destino de escritor. Y con el tiempo se hizo famoso y ganó mucho dinero. Aunque siguió sin coger ni un puto libro.
Dani T. D. 5/10/2022
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