domingo, 9 de octubre de 2022

EL VÉRTIGO DIARIO

   Hay días que me cuesta levantarme de la cama, conquistar de nuevo la verticalidad y asumir un papel en la vida (suponiendo que haya papeles en esta vida, que esa es otra).

  Nunca es fácil.

  El vértigo existencial siempre está ahí, esperando al acecho. En cuanto abro los ojos, inspecciono la geografía más inmediata. Normalmente suele ser la geografía familiar de mi habitación, salvo en ciertas ocasiones que no vienen al caso.

 Compruebo la hora. En los días laborales me levanto a una hora determinada por el deber más absurdo, y me pongo en píe de forma automática. Aunque a veces me han entrado ganas de seguir en la cama, y de no levantarme más, o al menos durante un día o dos. De empezar a vivir desde la cama como Onneti, o tantos otros y otras. Aunque me temo que para hacer esto se necesita cierta voluntad que mi persona carece.  Pero al cabo de nada, empujado por una rara angustia activa me levanto en seguida. La inmediata memoria me reinventa, y vuelvo a lo que se supone que es mi vida real desde mi piel y mis huesos más mortales.

Que a menudo no lo tengo tan claro.

  En los día festivos suelo dejar el lecho un poco más tarde. Duermo un poco más. Y al fin acabo por levantarme pues la realidad sigue ahí como un tigre dormido. Más relajada, pero también con su veneno más mortal.

 Esa rara criatura que a veces, incluso, parece tan de verdad, amable e inofensiva.

  Tras el desafío matinal de levantarse de la cama, la perplejidad de estar vivo puede provocar un estado ansioso, y de hecho es normal. Pues la normalidad es un planeta totalmente vaciado desde dentro. En donde se genera, o degenera, nuestra vitalidad más inmediata.

  A pesar de estos pequeños incidentes, que en cierta forma son los causante de que nuestra función se represente, o no, un día más,  nada impide que todo sea posible en cualquier momento. De hecho, lo es.

O quien sabe...

Dani T. D. 9/10/2022

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