Normalmente somos dos. Y casi siempre soy yo el que va a trabajar. Sí, durante unas nueve horas me encierro en una idiota y a la vez sofisticada y seria oficina, tecleando un ordenador para ganar algo de dinero, ya veis el destino mediocre... Mientras mi otro yo se queda un rato más en la cama. O se va por ahí a escribir, a pintar, a bailar, a jugar, a tocar el saxo, a gozar... O sea a vivir lo que pide el alma. De vez en cuando intercambiamos las tareas. Incluso, a veces, vamos los dos a la oficina. Esos días se convierten en toda una fiesta que dura el día entero. Lo revolucionamos todo, absolutamente todo, a nuestro paso. Para empezar convertimos el viaje en autobús en un divertimento. Saludamos a cada pasajero con una grata sonrisa de oreja a oreja. Proponemos al conductor que se anime y varie la ruta.
Y a veces el conductor del autobús ha cedido a nuestros caprichos, y nos ha llevado a la playa o algún exótico lugar, poco común, fuera de la rutina. Rutina que huele a encerrada costumbre, a calcetín sudado, a vacío enloquecido y cabizbajo. En esos días estamos completamente de fiesta. Nos acordamos que la vida puede ser maravillosa y que también es fugaz y que enseguida se va. Sí, se va entre los dedos del viento.
Sé que los dos formamos un discreto equipo, o una misma locura que se encierra en un mismo ser. Un ser duplicado que se va duplicando hacia un infinito finito (o todo lo contrario), viviendo por este caleidoscopio hacia quien sabe.
Hacia la nada más salvajemente libre.
Aunque otras veces somos más, muchos más. Ahora tengo prisa, he quedado con mis otros yoes para ensayar unas canciones. Y con un poco de suerte empezamos una gira de aquí dos semanas. De hecho nuestro primer concierto será en el comedor de nuestra casa.
Ya os seguiré informando. Hasta luego, un abrazo...
Dani T.D. 16/6/2021
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