Por un momento, creo de que todo es un mal entendido, de hecho lo es.
Para empezar yo no soy. El yo es una construcción del cerebro para poder resistir la odisea por el vacío de la existencia.
Pero no hace falta caer, para nada, en ninguna fatalidad, ya que vivir es soñar bien despierto y sin miedo.
Como cada lunes me cuesta levantarme de la cama y echar a andar como Lázaro. Continuo vivo, pero para nada me lo creo, pues invertir el tiempo en una oficina me parece surrealismo puro.
Tecleo un ordenador introduciendo datos, datos que servirán para hacer informes. Informes que reflejen por donde va la rentabilidad de la empresa.
Mis manos se cansan de teclear. Sueñan con escribir un poema o una narración con tintes de humor negro. Mis manos también echan de menos aquella piel dulce y amiga.
A veces creo que mis manos no son mis manos. Son unas manos prestadas, pertenecen a un pianista jubilado. Un pianista que fue muy célebre en sus tiempos de juventud. Que dio varias vueltas al mundo con su piano de cola. Interpretando a Chopin, a Bethoven, a Mozart...a tantos.
Mientras pasa el tiempo. Las horas huyen a toda prisa de los relojes idiotas y monótonos.
Yo también huyo. ¿De qué huyo? De mi mismo tal vez, aunque como ya he dicho yo no soy yo.
Ahora mismo, sin ir más lejos, estoy huyendo desde esta oficina con paredes de metal y compañeros de trapo.
Yo también soy de trapo. No paro de trabajar, me encuentro atado a unas manos de pianista que no son mías en este lunes que tiene forma de un piano desafinado.
Dani T. D. 8/5/2023
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