Desde muy joven, no le entusiasmaba la Navidad. Cuando llegaban estos días tan señalados, se ponía algo melancólico, y se sentía vacío. Pensaba que la felicidad impuesta siempre llevaba consecuencias nefastas para el alma.
Detestaba el ambiente navideño que se filtraba por todos los sitios, en todos los rincones, en todos los lugares... Impregnado de hipocresía barata....
El caso es que, de algún modo le fastidiaba sentirse así, pero no lo podía evitar.
Y es que cada año igual: demasiadas compras, demasiada comida, demasiada bebida, demasiado desperdicios, demasiadas felicitaciones bacías por dentro que no sabían a nada.
Claro que, tampoco era cuestión de amargarse la vida. En aquellos días aprovechaba, se encerraba en una habitación y escribía textos como este, por ejemplo. Más que nada, para desahogarse y no caer en la tentación de hacerse terrorista y empezar a poner bombas en los centros comerciales y comidas navideñas. Pero era una persona pacifista y le daba pereza llevar el odio navideño a sus últimas consecuencias. Y pensó que, total para unos cuantos días, no vale la pena gastar tanta energía. Valía más aprovechar para escribir, leer meditar, estudiar a Platón o a Buda, hacer el amor, jugar a vivir...
Se supone que en el día de Navidad se celebra el nacimiento de Jesús, el hijo de Dios (eso dicen). Y de paso, un gran revolucionario que pregonaba paz, armonía y amor entre las personas. Todo cosas buenas que no tienen nada que ver con las fiestas navideñas cada vez más consumistas y vacías.
Dani T. D. 21/12/2022
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