Aquellas historias le sacaban de la tendencia rutinaria que con frecuencia se decanta el destino más inmediato. En una de esas historias fue un vagabundo con dinero. Dinero que encontró un día en una maleta de cartón abandonada en un parque. Ese dinero le permitió viajar y vivir en hoteles de dos estrellas por todo el mundo. Le permitió también vivir de la escritura y redactar los libros que tenía en la cabeza.
Escribir y vivir eran, para él, prácticamente lo mismo. Cuando escribía vivía, y cuando vivía iba escribiendo mentalmente.
Escribía sobre lo que vivía. Y también lo que soñaba. Ya que los sueños son vivencias. Y a su vez las vivencias son sueños.
Su vida se alimentaba de lo escribía y lo que leía. Ya que leer es una forma de escribir. Y a su vez, leer, es una manera de escribir.
Era vagabundo porque le gustaba serlo. Iban de un sitio a otro andando, en avió, en tren, en autobús, en taxi, en metro, en bici... De hecho la vida, para él, era un viaje. Un viaje hacia otra vida, otro mundo... tal vez a la nada más absoluta.
Pero en el fondo ¿qué es la nada? Tal vez la esencia de todo. Porque a lo mejor sin la nada no seriamos nada.
Esta paradoja era la que le permitía ir de un sitio a otro. Ya sea escribiendo, viviendo o leyendo. O incluso muriendo, que también.
Ahora, si me disculpan, es que ya viene mi avió hacia Calcuta.
Una vez allí ya les enviaré un cuento o un reportaje.
Hasta entonces pues.
Dani T. D. 13/12/2022
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