De hecho me escapaba constantemente. Todo el mundo se escapa, y principalmente se escapa de si mismo..
Claro, que uno ha de ser práctico. Al fin y al cabo, la tarea de la oficina me proporcionaba un trabajo, y como resultado un beneficio económico. Aunque vaya beneficio económico.... pues a la mínima de cambio los dineros se me iban en tonterías, y no tan tonterías. Que si el alquiler, la comida, los discos, los libros, los amores, las cervezas, los impuestos, los folios, la ropa....
A menudo la oficina se me presenta como un barco a la deriva, en busca de tesoros escondidos en extraviadas islas desiertas. O, ahora que lo pienso, quizás, yo mismo soy una isla desierta.
En la oficina uno pasa muchas horas, demasiadas horas. Y esas horas se malgastan en ocupaciones absurdas y rutinarias. Hay cosas peores, siempre hay cosas peores.
Esta oficina también no deja de res un escenario. Un escenario en dónde transitan y conviven toda clase de máscaras. Máscaras que representan una vida. ¿Y con que finalidad? Vaya uno a saber. Pues quizás nada tiene una concreta finalidad. O si. Supongo que si uno quisiera podría encontrar una finalidad, y conformarse con ella. O por el contrario rebelarse y exigir algo más tangible y comprensible. Sin lugar a dudas, ese tipo de tareas, suelen ser muy arduas.
O al menos lo suelen parecer.
Lo fundamental es saber estar a la altura en cualquier circunstancia. Y eso resulta casi imposible. Pues uno tampoco esta nunca al cien por cien. Y si lo esta, eso es ya otra narración. O no.
Dani T.D. 18/9/2020
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