Una mañana me encontraba afeitándome ante el espejo del cuarto de baño. Entonces, no sé el porqué, aproveché para inventarme por enésima vez, pese aquel tan triste y aburrido reflejo de mi propia cara.
Decidí que aquel rostro pertenecía, a partir de entonces, a la de un atracador jubilado.
Acto seguido me sentí inmensamente feliz, de los pies hasta el último pelo del cogote. Y no supe realmente el porqué.
Luego, todo lo que vino fue sencillamente espectacular. Así, pues ¿para qué contar más?
Dani T. D. 18/6/2020
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