Fulgencio Lopez De Ayala era un hombre de unos treinta y ocho años. Soltero y sin compromiso. Trabajaba en una importante empresa de seguros y se pasaba el día haciendo polizas de seguros de todo tipo, pues la vida cada vez se anunciaba más precaria, como si nunca lo hubiese sido. A la gente le preocupaba la seguridad por encima de todo. Le importaba un comino si era o no libre, mientras su existencia fuese segura, lo otro eran minuncias.
En sus ratos libre Fulcgencio leía biografías de célebres cantantes y ciéntificos. De vez en cuando también tocaba el clarinete. Por lo demás, no hacia nada de especial, sólo paseaba sin rumbo fijo. Y de vez en cuando quedaba con Tomás y, charlaba sobre sus vidas. En el campo del amor nunca fue afortunado. A esas alturar tampoco le importaba mucho. Aunque, claro, a veces se moría por pasar la noche con alguna mujer. Hasta la fecha había salido con unas cuatro, pero aquellas citas nunca se habían convertido en una relaciones duraderas. De vez en cuando iba a un club de esos dónde mujeres le ofrecían unos instantes de amor apresurado para salir del paso. Pero en esos sitios en el fondo nunca encontraba lo que verdaderamente buscaba. El sexo le gustaba mucho, pero si el sexo no va acompañado de algo más carece de sentido. O no, pues a veces Fulgencio sólo buscaba sexo. Para tal busqueda, la masturbación le aliviaba bastante de tal deseo e incluso le llevaba a alcanzar cierto misticismo.
A Fulgencio también le gustaba no hacer nada. Absulutamente nada. Quedarse sentado en una silla y contemplar un árbol, por ejemplo. Exteriormente podría parecer un ser solitario y atormentado. Porque claro, ¿dónde va un hombre a punto de cumplir la cuarentena de edad sin pareja? Pero aunque solitario, Fulgencio no era, vamos para nada, un ser atormentado. Desde hacia unos diez años vivía complentamente sólo. Pero sólo a menudo, Fulgencio, se sentía el hombre más alegre y libre del mundo. Podía sonar a paradoja, pero en general la propia soledad era su principal compañía. Y una compañía que le proporcionaba calor e inspiración a la hora de avanzar en este sendero misterioso de la existencia. Pero Fulgencio tampoco había cerrado la puerta a encontrar el amor de su vida y, así crear, al fin, una família. Porque hacer una família es ley de vida. ¿És ley de vida fundar una familia, dónde está escrito? Casi todo el mundo lo hace. De hecho todos estamos aquí gracias -o no- a esta ley de vida. Tener al fin hijos para que continuen el transcurrir de este mundo y de la vida. Claro, que Fulgencio razonaba estas cosas con socarrona ironía. Pues también se daba cuenta de lo artificioso que es todo. Incluso la invención de la felicidad existencial de cada cúal.
De vez en cuando, tras dar un concierto de clarinete en la más secreta intimidad, se quedaba unos instantes (de diez a cuarenta minutos) embobao, meditando sobre su mujer ideal. O sea, la mujer que siempre latía en su interior. Aquella mujer que sin duda le estaba esperando en alguna parte del universo. Una mujer hermosa e inteligente, algo alocada -todo hay que decirlo- y divertida. Sustancialmente divertida. A veces la lograba visualizar, sin ayuda de chocolate (¡eso tiene mérito!). Pero también a menudo se dejaba de historias y, volvía a la tierra. "No alucines, se práctico. Tal vez nunca aparezca", se decía. Después respiraba hondamente unas tres veces y, se iba al cine o a comprase unos calcetines. Tenía la casa llena de calcetines. Pero al fin y al cabo aquella mujer era el amor de su vida (o de bajada, pues Fulgencio ya tenía una edad), por lo menos hasta la fecha. Y aunque nunca apareciera aquella femina, Fulgencio, habia ya conquistado cierta serenidad existencial, sin caer en las trampas que amenudo ofrece el fantasma de la felicidad.
Dani, marzo, 2012.
Poesía, pinturas, reflexiones, aforismos, y demás historias... en castellano, catalán, y otras idiotas (perdón, idiomas) Por Dani Torralba Devesa, un inconsciente que no quiere dejar de soñar bien despierto hasta el final (si hay algún final, claro)
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