Tras una temporada de mucho trabajo haciendo giras teatrales por toda la geografía del país, me permití el lujo de hacer un parón de unos meses. En esos meses me dediqué al relajo total, cuidándome de los apetitos que me pedían el cuerpo y el alma. Para ello me fui de viaje con Carla, mi novia. Nos fuimos a un apartamento en la playa. Nos dedicamos a hacer el amor de todas las maneras posibles. En aquellos días nos quisimos como nunca, con una pasión un tanto desorbitada. El sexo siempre es la mejor excusa para casi todo, y más si va acompañado de amor. Curiosamente después de uno de aquellos éxtasis sexuales, aproveché la ocasión, y tumbado junto a mi amada puse en practica lo que había estado leyendo en un libro sobre espiritualidad y física cuántica. "¡Qué mezcla tan rara!", alguien que lea estas lineas lo podrá pensar. Pero es verdad lo que cuento, pues me había caído un libro de un físico indio que había desarrollado toda una corriente que se llama: El viaje Exterior desde el Interior de Uno mismo. Su lectura me impresionó, por lo que me había propuesto poner en práctica las propuesta que indicaba el libro. Como ya era de noche, tenía tiempo. Carla esta durmiendo profundamente. La miré durante unos instante. ¡Que belleza por dios! En silencio me despedí de ella hasta pronto. Calculaba que hacia las seís de la mañana ya estaría de vuelta. Me disponía hacer un viaje interior sin moverme de aquella plácida cama. Así que sin pensármelo dos veces, me puse manos a la obra. Como bien indicaba el libro, empecé una especie de meditación para entrar en mi mismo. Inspirar, aspirar. Lentamente. Llenarse de aire para vaciarse del mismo airee. Nada más. Tratando de no pensar en nada, en nada, sólo en respirar...Pasó no sé cuánto tiempo, hasta que por arte de magia estaba YA dentro de mi, en la garganta más o menos. Me sentía extraño y alucinado a la vez pues el paisaje era como si estuviera dentro de una cueva. El terreno era húmedo. Vi a mis dos cuerdas vocales. Parecían dos cuerdas de guitarra tensas. Estuve bien a punto de tocarlas y cantar algo de Bob Dylan, pero decidí montarme en un glóbulo rojo y coger la carretera que va directa al corazón. La carretera estaba muy señalizada y el transito era ligero. El corazón (mi corazón) era como un palacete de color rojo, con dos plantas. No lo pensé más, y tras bajarme del glóbulo rojo entré. Las puertas estaban abiertas. Por sorpresa mía, algo así como un conserje me recibí.
-Hombre Paco ya has llegado. Estábamos esperándote. Por aquí por favor.
Lo seguí por unas escaleras de caracol. Las escaleras eran de un tejido blando. Adoptando la fresas de sangre (mi sangre). Una vez al piso de arriba fuimos directo a un ancho despacho que se escondía tras una puerta en forma de corazón. Esta vez la puerta era de color lila, lo encontré peculiar, pero me gustó un rato. Dentro de aquel fantástico despacho me esperaba una chica que era la directora (me lo dijo inmediatamente) de aquel fantástico edificio. Aquella joven mujer era hermosa y muy simpática. Parecía imposible que ella dirigiera mi corazón.
-No te confundas Paco yo no dirijo tu corazón. En todo caso lo diriges tu. Yo estoy aquí para gestionar el bombeo de la sangre en su fluir hacia las distintas partes del cuerpo. Esto es posible gracias al oxigeno que nos proporcionas tu mismo, ya seas vía narices o por la boca. Ya se que te resulta un poco extrano, pero ten en cuenta que es tu primer viaje al interior de ti mismo. En el fondo no hay tanta diferencia del mundo exterior. Ten en cuenta que después de este viaje tan alucinante para ti ya no serás el mismo.
Yo escuché aquellas palabras con especial atención como si fuese una gran lección, de hecho lo era. Aquella chica se llamaba Cora, y me habló de como era su jornada laboral. Parecía divertido su trabajo. Incluso a menudo no parecía un trabajo. Siguió cantándome sus tareas. Me enteré que en el corazón también se gestionaban los sentimientos. Aquí trabajaba junto al cerebro, codo a codo
-Y es que la inteligencia no sólo es materia exclusiva del cerebro. Pero eso ya lo podrás comprobar con más detalle cuando estés ahí.
La verdad es que aluciné cañamos en almibar al ver magnífico trabajo que estaban realizando Cora y su equipo. por unos instantes llegué a sentirme un perfecto intruso dentro de mi propio corazón. Luego me despedí de Cora y puse rumbo al cerebro. Volví a coger un glóbulo rojo en dirección a mi propio cacumen. En esta ocasión el glóbulo rojo parecía un modelo ultramoderno, equipado con todo la que el piloto podía necesitar. Eché una ojeado al volante y, al resto del panel, y visializé una pantalla pequeña. Empecé a manipular los botones que había debajo. Clic, clak, cluk... Por sorpresa mia apareció en pantalla el cuerpo de Carla plácidamente durmiendo. Efectivamente, todo parecía normal. En un rincón de la pantalla unas cifras que parpadeaban, indicaban la hora: las dos i cinco de la madrugada. Todavía tenía tiempo para hacer una visita al cerebro y tal vez los pulmones o los riñones. Aunque claro, pasar por el estómago también estaría más que bíén. El estómago quizás sea una pieza clave para encontras el sentido de todo, pues es ahí dónde va a para todo lo que se mastica. No sólo los alimentos, sino las palabras, los pensamientos, los deseos... Ir hasta el cerebro me iría fenomenal para constatar esta teoria. Igual todo se quedaría en un falso punto de vista mía, pero algo me decía que no. En un santiament me plante a las puertas del cerebro, que este tenía toda la pinta de ser algo así como un parque temático. El glóbulo rojo me dejó ante unas largas y anchas escaleras mecánicas que conducía directamente a la entrada del recinto. Por las escaleras había transito de seres extraños que entraban y salían de las puestas de aquel recinto. Al finalizar las escales entré por una inmensa puerta giratoría. Ya dentro, me encontré con un enorme mostrador que hacía la función de recepción o eso parecia. Esperé unos instantes hasta que visualicé un timbre. Me dispuse a tocarlo, cuando me paró la voz de un hombre. No sé porqué, pero aquella voz era idéntica a la del mismo Iñaki Gabilondo.
-Buenos Días Paco le estábamos esperando. Si tiene la amabilidad sientese en esas sillas y enseguida le aviso para iniciar la visita. ¡BIENBENIDO A SU PROPIO CEREBRO! Me fuí a sentar, pero no llegué a la silla. enseguida me el señor que tal amablemente me había atendido me indicó un ascensor para que subiese a la cuarta planta. Me estaban esperando. Mientras estos hechos iban pasando, iba inspeccionando el paisaje de aquel edificio. A diferencia del corazón, el edificio del cerebro parecía mucho más complejo. Todo idicaba que estaba poblado de oficinas, y que aquellas oficinas estaban llenas de empleados que trabajaban día y noche para que todo funcionase al cien por cient. El ascensor era un habitáculo ultramoderno. Uno se desplazaba en él placidament. Era todo un gustazo viajar en él. Cuando llegué a la cuarta planta, una mujer muy guapa me estaba esperando. Aquella mujer me condujo por un largo pasillo lleno de puertas. Imaginé que aquellas puertas eran despachos o salas de reuniones. Por aquel pasillo transitaba gente de todo tipo: alta, baja, media, fea, guapa, norma...(aunque en el fondo ¿qué es normal, a parte de una palabra llana?) Hay que tener presente que aquella gente no eran individuos (bueno, a simple vista lo parecían ser. Como los banqueros o los políticos), eran neuronas. Las neuronas son la células del cerebro. Las que generan y retienen la informacíón, que a través relacionarse entre sí, generan inteligencia. La inteligencia no es más que pura electricidad, todo depende del número de conecsiones que se haga. Cuantas más, mejor (o no)
Al fin llegamos a una gran puerta, entramos. Una vez dentro la mujer joven y guapa desapareció con un "Hasta luego Paco". Me quedé sentado observando aquella sala. Había varias mesas con sillas alrededor. Al fondo un pequeño escenario, y en el lado derecho una pequeña barra de bar. Sin pensarlo dos veces me acerqué a la barra a ver si podía hacerme con una cerveza fresquita. No tuve problemas. Un atento camarero me sirvió una con un platito de olivas rellenas. "Mira que bien, pensé" "No hace falta que te diga Paco que la cerveza y las olivas son gratis". Aquel camarero era un perfecto cachondo. Aquel lugar parecían un salón de actos. El salón de actos de mi cerebro. Empecé a beberme la cerveza. Estaba realmente muy buena y fresquita. De repente se iluminó el escenario y empezó a sonar el Bienvenidos de Miguel Rios, pero con otra letra. Ahora no me acuerdo muy bien de la letra como iba, pero me daba la bienvenida y prometía que después de aquella vista por mi propio cerebro y cuerpo, la vida ya no sería la misma. Sería algo así como un punto de vida constante. Estaba más que alucinado al presenciar aquello y sin moverme del sitio, puesto que aquel taburete en el que estaba sentado estaba la mar de cómodo, me preparé a presenciar sin duda lo que se anunciaba como un gran espectáculo. De repente el escenario se iluminó y apareció una jovén muy atractiva. Aquella joven empezó a soltar un monologo, así que afiné el oído pues estas cosas me gustan. Soy actor y también hago mónologos. Las palabras que soltó aquella chica me sonaban, puesto que aquel texto era mío. Faltaría más, al fin de cuentas estaba dentro de mi propio cerebro. Es curioso, pero ahora que lo escuchaba no me parecía tan gracioso. Hombre, había cosas ingeniosas, pues si una trabaja al final sale algo, pero al de cuentas aquel monologo nada del otro mundo. Lo que que si me hice al recordar aquellas palabras que dejaba en el aire la chica, era prometerme a mi mismo que reescribiría el texto. "Recuerdo que nací en enero y, me dijé a mi misma que no, para nada del mundo, volvería a nacer en enero. ¡Vaya fríó hóstias!, admito que esta frase no estaba nada mal. Entonces me levanté y me fui. quería pasar por el hígado hacer un para de tragos. No me despedí de la chica. Tan sólo la miré, y le lancé un guiñón con el ojo derecho. Aquella chica era igual que mi novia. Bueno de echo era mi novia.
Para ir al hígado cogí el metro sanguinio. Aquel metro iba muy rápido. Los vaganes no iban demasiados llenos. En sus asientos había alguna que otra cara que iba al trabajo o, que venía de alguna fiesta inconfesable. "Que raro, pensé, viajando en metro dentro de mi propio cuerpo. Al cabo de seis paradas, vino la mía.
-Y es que la inteligencia no sólo es materia exclusiva del cerebro. Pero eso ya lo podrás comprobar con más detalle cuando estés ahí.
La verdad es que aluciné cañamos en almibar al ver magnífico trabajo que estaban realizando Cora y su equipo. por unos instantes llegué a sentirme un perfecto intruso dentro de mi propio corazón. Luego me despedí de Cora y puse rumbo al cerebro. Volví a coger un glóbulo rojo en dirección a mi propio cacumen. En esta ocasión el glóbulo rojo parecía un modelo ultramoderno, equipado con todo la que el piloto podía necesitar. Eché una ojeado al volante y, al resto del panel, y visializé una pantalla pequeña. Empecé a manipular los botones que había debajo. Clic, clak, cluk... Por sorpresa mia apareció en pantalla el cuerpo de Carla plácidamente durmiendo. Efectivamente, todo parecía normal. En un rincón de la pantalla unas cifras que parpadeaban, indicaban la hora: las dos i cinco de la madrugada. Todavía tenía tiempo para hacer una visita al cerebro y tal vez los pulmones o los riñones. Aunque claro, pasar por el estómago también estaría más que bíén. El estómago quizás sea una pieza clave para encontras el sentido de todo, pues es ahí dónde va a para todo lo que se mastica. No sólo los alimentos, sino las palabras, los pensamientos, los deseos... Ir hasta el cerebro me iría fenomenal para constatar esta teoria. Igual todo se quedaría en un falso punto de vista mía, pero algo me decía que no. En un santiament me plante a las puertas del cerebro, que este tenía toda la pinta de ser algo así como un parque temático. El glóbulo rojo me dejó ante unas largas y anchas escaleras mecánicas que conducía directamente a la entrada del recinto. Por las escaleras había transito de seres extraños que entraban y salían de las puestas de aquel recinto. Al finalizar las escales entré por una inmensa puerta giratoría. Ya dentro, me encontré con un enorme mostrador que hacía la función de recepción o eso parecia. Esperé unos instantes hasta que visualicé un timbre. Me dispuse a tocarlo, cuando me paró la voz de un hombre. No sé porqué, pero aquella voz era idéntica a la del mismo Iñaki Gabilondo.
-Buenos Días Paco le estábamos esperando. Si tiene la amabilidad sientese en esas sillas y enseguida le aviso para iniciar la visita. ¡BIENBENIDO A SU PROPIO CEREBRO! Me fuí a sentar, pero no llegué a la silla. enseguida me el señor que tal amablemente me había atendido me indicó un ascensor para que subiese a la cuarta planta. Me estaban esperando. Mientras estos hechos iban pasando, iba inspeccionando el paisaje de aquel edificio. A diferencia del corazón, el edificio del cerebro parecía mucho más complejo. Todo idicaba que estaba poblado de oficinas, y que aquellas oficinas estaban llenas de empleados que trabajaban día y noche para que todo funcionase al cien por cient. El ascensor era un habitáculo ultramoderno. Uno se desplazaba en él placidament. Era todo un gustazo viajar en él. Cuando llegué a la cuarta planta, una mujer muy guapa me estaba esperando. Aquella mujer me condujo por un largo pasillo lleno de puertas. Imaginé que aquellas puertas eran despachos o salas de reuniones. Por aquel pasillo transitaba gente de todo tipo: alta, baja, media, fea, guapa, norma...(aunque en el fondo ¿qué es normal, a parte de una palabra llana?) Hay que tener presente que aquella gente no eran individuos (bueno, a simple vista lo parecían ser. Como los banqueros o los políticos), eran neuronas. Las neuronas son la células del cerebro. Las que generan y retienen la informacíón, que a través relacionarse entre sí, generan inteligencia. La inteligencia no es más que pura electricidad, todo depende del número de conecsiones que se haga. Cuantas más, mejor (o no)
Al fin llegamos a una gran puerta, entramos. Una vez dentro la mujer joven y guapa desapareció con un "Hasta luego Paco". Me quedé sentado observando aquella sala. Había varias mesas con sillas alrededor. Al fondo un pequeño escenario, y en el lado derecho una pequeña barra de bar. Sin pensarlo dos veces me acerqué a la barra a ver si podía hacerme con una cerveza fresquita. No tuve problemas. Un atento camarero me sirvió una con un platito de olivas rellenas. "Mira que bien, pensé" "No hace falta que te diga Paco que la cerveza y las olivas son gratis". Aquel camarero era un perfecto cachondo. Aquel lugar parecían un salón de actos. El salón de actos de mi cerebro. Empecé a beberme la cerveza. Estaba realmente muy buena y fresquita. De repente se iluminó el escenario y empezó a sonar el Bienvenidos de Miguel Rios, pero con otra letra. Ahora no me acuerdo muy bien de la letra como iba, pero me daba la bienvenida y prometía que después de aquella vista por mi propio cerebro y cuerpo, la vida ya no sería la misma. Sería algo así como un punto de vida constante. Estaba más que alucinado al presenciar aquello y sin moverme del sitio, puesto que aquel taburete en el que estaba sentado estaba la mar de cómodo, me preparé a presenciar sin duda lo que se anunciaba como un gran espectáculo. De repente el escenario se iluminó y apareció una jovén muy atractiva. Aquella joven empezó a soltar un monologo, así que afiné el oído pues estas cosas me gustan. Soy actor y también hago mónologos. Las palabras que soltó aquella chica me sonaban, puesto que aquel texto era mío. Faltaría más, al fin de cuentas estaba dentro de mi propio cerebro. Es curioso, pero ahora que lo escuchaba no me parecía tan gracioso. Hombre, había cosas ingeniosas, pues si una trabaja al final sale algo, pero al de cuentas aquel monologo nada del otro mundo. Lo que que si me hice al recordar aquellas palabras que dejaba en el aire la chica, era prometerme a mi mismo que reescribiría el texto. "Recuerdo que nací en enero y, me dijé a mi misma que no, para nada del mundo, volvería a nacer en enero. ¡Vaya fríó hóstias!, admito que esta frase no estaba nada mal. Entonces me levanté y me fui. quería pasar por el hígado hacer un para de tragos. No me despedí de la chica. Tan sólo la miré, y le lancé un guiñón con el ojo derecho. Aquella chica era igual que mi novia. Bueno de echo era mi novia.
Para ir al hígado cogí el metro sanguinio. Aquel metro iba muy rápido. Los vaganes no iban demasiados llenos. En sus asientos había alguna que otra cara que iba al trabajo o, que venía de alguna fiesta inconfesable. "Que raro, pensé, viajando en metro dentro de mi propio cuerpo. Al cabo de seis paradas, vino la mía.
(continuará..)
Dani Torralba, abril 2012
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