Mis vecinos de abajo tienen una perra blanquinegra de la
raza carlino. ¡Pug! Con todos mis respetos, es uno de los canes más feos que
conozco. La compraron al poco tiempo de mudarse a nuestro bloque. Recuerdo que
se llevaron un chasco al enterarse de que estaba embarazada. “¿Te puedes creer
que me han dicho que estaba gorda, que no me preocupara, y ahora me ha parido
no sé cuántos cachorros?”, me comentaba uno de ellos. “No podemos criarlos, así
que los regalaremos. ¿No querrás uno?” Yo me reía. ¡Je, je!, qué cosas pasan...
Recientemente la perra se ha vuelto a quedar embarazada.
¿Obra del espíritu santo? Obra del espíritu del capital. Mis vecinos le han
permitido un rato de placer y, a cambio, ellos venderán sus cachorros a un buen
pico. No han aprendido nada, me digo para mis adentros, y me sonrío… Mientras
tanto, yo he tenido una niña y estoy encantada de enseñarle el Guau-guau
cuando me los cruzo por la calle o en el portal de la escalera. Y me sigo
sonriendo…
La tragedia ha surgido al dar a luz la perra y conocer a su último
cachorrillo. Que qué cosita más bonita, que qué pocholada, que mira que te cabe
en un bolsillo, que mira que parece un pollito mojado recién nacido, que oye
que me estoy ablandando, que oye que
esto de ser madre me ha dejado tocada, que no me preguntes de qué ala…
Antesdeayer me encontré a uno de ellos con el perrito en la
mano. “¡Cómo ha crecido!”, le dije. “Pues anda que la tuya”, me contestó. La
identificación estaba consumada. “Pues ahora voy a entregarlo”. Pues no me hace
ni pizca de gracia. Sí, me he puesto en el lugar de la raza canina, qué pasa.
Mejor dicho, me he puesto en el lugar de las madres carlinas. ¿Algún problema?
Por si no se me nota, me estoy cabreando.
Ayer les vimos sin la madre ni el hijo. “Ya lo hemos vendido”.
No pude evitarlo: “¿Y cómo está la madre?”. La respuesta también era
inevitable: “Está que se sube por las vigas”. Me sonrío por fuera, pero me
hielo por dentro. Si alguien me quitara a mi hija, me sumaría al clan de las
Belén Esteban sin dudarlo. No pude evitarlo y lancé el conjuro: “Yo por mi
hija, mato”.
Son las cinco de la mañana y mi niña se ha despertado. Le
están saliendo los dientes y lo está pasando un poquito mal. El caso es que me
he desvelado y ¿qué me ha venido a la cabeza? La perra y su cachorro. Es el
nacimiento de la tragedia. Es el momento de la expiación de los pecados. Retiro
eso de que los carlino son la raza más fea del mundo y asumo mi penitencia. Es
el momento de la culpa y del castigo. Es el momento de la filosofía cotidiana.
¿Por qué sufro ahora y no antes? ¿Porque ahora me identifico
con la madre? ¿Porque estoy viendo que, cuando nacemos, somos como animalitos,
que no sabemos hablar pero entendemos el lenguaje del afecto? ¿Será cierto que
la solidaridad y la empatía surgen con más fuerza cuando ayudas a alguien que
está en una situación parecida a la tuya? ¿O no será esto una solidaridad
egocéntrica? ¿Y no hay nada que hacer? ¡Vaya vida de perros! Qué digo, ¡vaya
noche de perros!
Que historia más entrañable, a más da que pensar. Y sentir.
ResponderEliminarDani
¡¡Muchas gracias, Dani!!
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