Para M., en su trigésimo octavo cumpleaños
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia
Desde que tenía memoria, había padecido del corazón. “¿Por
qué sufro tanto?”, se preguntaba. “Llevo una dieta equilibrada, hago ejercicio
y puedo pagar todas las facturas a fin de mes”, se decía a sí mismo cada vez
que el dolor hacía acto de presencia.
El caso es que, de tanto, padecer, decidió pedir cita en el
ambulatorio y visitar a su médico de cabecera, a pesar de que los hombres de
bata blanca le producían cierta dentera. El médico le envió a varios
especialistas, pero ninguno encontraba la causa de su sufrimiento. Desesperado,
decidió visitar a una curandera.
- A ver, túmbese ahí, le dijo mientras señalaba una cama de
matrimonio.
- ¿Ahí?, se extrañó él.
- Sí, ahí, y quítese la camiseta, le contestó con firmeza.
La mujer empezó a masajearle la parte izquierda del pecho y,
en un determinado momento, puso su oreja en el lugar donde se situaba su
corazón y le acarició con ella. Él se asustó tanto que estuvo a punto de levantarse
y salir corriendo, pero aguantó porque no quería que le llamaran cobarde y porque
la sesión le había costado 100 euros. ¡Y no está la vida para tirar el dinero
ni el ego!
- Ya está, puede levantarse.
- ¿Ya?
- Ya, volvió a afirmar con convicción.
- ¿Qué es lo que tengo?
- Una cajita de música.
- ¿Cómo dice?
- Que usted ha nacido con una cajita de música en su corazón...
- ¿Perdone?, volvió a preguntar con cara de incredulidad.
- A ver, ¿a usted le han dado muchas calabazas?
- ¿Pero qué tiene que ver…?
- Responda, por favor.
- Bueno… Algunas…
- ¿Algunas?
- ¡Sí, algunas!
- ¿Y lo ha pasado mal?
- Claro, ¿quién no?
- ¿Cómo de mal?
- Oiga, no le sigo, ¿qué tiene que ver…?
- Si duda de mi profesionalidad, será mejor que se
marche.
- Es que me está haciendo unas preguntas…
- ¿Cree o no cree en mí?
No sabía qué hacer. Nunca había tenido mucha fe en este tipo
de cosas, pero tampoco tenía a nadie más a quién acudir. Total, ¿qué podía
perder? Le había enseñado el culo a la mitad de los médicos de su ciudad, ¿qué
importaba mostrar su intimidad a una desconocida?
- Creo, creo…
- Pues respóndame. ¿Cómo de mal lo ha pasado usted cuando le
han rechazado?
- Mal, muy mal. He sentido que la vida perdía color, brillo…
- ¿Música?
- ¡Exacto, música!
- Está claro. Ha forzado la cajita de música y se la ha
cargado. Por eso le duele el corazón. El mecanismo es muy simple, pero se ha de
hacer bien. La cajita de música que tiene en el corazón no se abre por dentro,
sino por fuera. Usted, al forzar una respuesta, intentaba abrirla con sus solas
fuerzas, cuando tenía que haber tenido paciencia y haber esperado a que la otra persona la
abriera por fuera.
- ¿Me está diciendo que me he cargado el corazón porque no
he tenido paciencia?
- Eso mismo. Se ha desesperado y ha roto el mecanismo.
- Ay, Dios mío, ¿y no se puede hacer nada?
- Yo no he dicho eso.
- Dígame qué puedo hacer, por lo que más quiera…
- Cómprese un piano.
- ¿Perdone?
- ¿Ya estamos otra vez?
Un piano. Su cabeza le iba a estallar. Por un lado, no podía
creer lo que estaba oyendo. Por otro, sentía que la mujer le estaba mostrando
una gran verdad. Y ahora sacaba lo del piano, ¡cuando él siempre había querido
tocar ese instrumento! Tenía que ser verdad, tenía que ser verdad...
- Perdone.
- Al auscultar su
corazón he escuchado algunas notas de piano. Por tanto, debe comprarse un piano
y empezar a tocarlo. En ese momento, su corazón volverá a sentir las melodías que
escuchó cuando usted era un niño y volverá a abrirse.
- ¿Y ya no me dolerá más?
- No se lo garantizo. Lo que sí le garantizo es que esa música
le permitirá vivir más años con mayor bienestar.
No se lo pensó dos veces. Se compró el piano, se apuntó a
clases de solfeo y lo empezó a tocar domingos y sábados. Desde entonces, el piano
llena su vida de música, esperanza y alegría. El piano sana sus heridas y, oh
milagro, la cajita de música se está recomponiendo al mismo tiempo que compone
una nueva partitura para su vida…
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