viernes, 10 de octubre de 2014

EN LA ORILLA

Dedicado a todos los muertos de Ébola.
Fecha: demasiado tarde.

El sol deslumbraba. Papá llevaba sus bermudas naranjas y mamá el pareo a rayas. Celeste llevaba el cubo y yo las palas. Ya estábamos listos para otro fantástico día de playa. Sin estrés, decía papá. Sin deberes, decía yo. Todos dispuestos a bañarnos y tomar el sol.  

Concentrado en mi castillo de arena, no oí ni vi nada. Nadie lo vimos, en realidad. Sólo Celeste pareció sentir algo. ¿No lo oyes?, me preguntó mientras contemplaba el horizonte. La miré con la cara con la que le miro cuando se pone a hablar de los ojos tristes de las personas con las que se cruza en la calle o de la rabia que habita en la comisura de los labios de sus compañeros de clase. Suena como un aspersor –continuó-; no, como una fuga de agua, una suave y constante fuga de agua… No pude evitarlo. Me eché a reír en su cara y continué con mi cubo y mi pala. Mi hermana está chalada.

No volví a acordarme del tema hasta que vi que un grupo de personas se levantaban de la toalla y miraba hacia el mar. Estaba tomándome un helado de limón, mi sabor favorito. Me encanta la sensación del frío en los dientes y el sabor agrio en la lengua. Despreocupado, me acerqué lentamente a la orilla y miré en la misma dirección que el resto.

No había nada. ¿Será un reflejo del sol?, decían unos. ¿Será una nube de polvo?, comentaban otros. Yo sólo veía una especie de borrón, como si alguien hubiera tocado un cuadro recién pintado y hubiera desdibujado un poco el color. La poca gente que se había molestado en mirar se dispersó enseguida. Bah, no será nada. Bah, está muy lejos. Bah, ya no estaremos aquí cuando llegue, si es que llega.

Todo el mundo se marchó menos mi hermana, que seguía con la mirada clavada en el infinito. A ver, ¿qué pasa, Celeste?, le pregunté sin ganas de querer escuchar su respuesta, mientras relamía el fondo de mi delicioso cucurucho. No lo sé, pero no me gusta. Creo que deberíamos acercarnos. ¿Y para qué, Celeste? Creo que puede ser peligroso. Pueden estar muriendo peces y algas. ¿Y a nosotros qué, Celeste? Bueno, la profesora de Ciencias Naturales dice que nosotros nos alimentamos de otros animales y plantas; y que, si a ellos les pasara algo malo, nosotros seríamos los primeros en sufrir y… Le puse la mano en la boca. No tenía ninguna duda. Mi hermana era una agonías y una aguafiestas.

Volví al lugar donde estaban nuestros padres y decidí construir otro castillo de arena más grande, más fuerte, más potente. Si lo hacía bien, podría llegar a llamar la atención de algún periodista y salir en alguna tele local. Buah, mis amigos del cole iban a alucinar si me vieran en la tele. Y Sara, buah, Sara me diría que sí la próxima vez que le pidiera salir. Y papá se sentiría muy orgulloso de que su hijo siguiera sus pasos de ingeniero…

[35 años después]

Yo me hice ingeniero y mi hermana, Celeste, bióloga. Ella falleció hace cinco años, tras contaminarse con unos peces que estaba analizando. Nadie le dio importancia, como yo no se la di cuando éramos unos críos. Hoy ya es demasiado tarde. La nube tóxica ha llegado a nuestras playas y ha matado toda la flora y la fauna marina. La gente se está desplazando a vivir a la montaña, pero es cuestión de tiempo que muramos todos. A menos que encuentren una vacuna, claro. Muchas veces me he preguntado por qué no le hice caso  a Celeste. Muchas veces me he preguntado por qué nos quedamos en la orilla. 

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