Entre una particula y cualquier agujero negro, hay todo un universo. Un universo fugaz que se desliza a medida que los átomos de cada cuerpo zeleste, o no, avanzan a través de sus repectivos quehaceres. Mientras tanto uno va ordenando -y/o desordernando- su vida -y/o bajada- ya pretérita segun le convenga. Eso, precisamente eso, es aplicar la Ley de la Relatividad a la vida del día a día.
Dicen los expertos que los agujeros negros son campos saturados de estrellas, es decir, de materia. Y por tanto de particulas. Son espacios colapasados que, en cierto modo, se han dado la vuelta como un gran calcetin -apestoso, o no-. También dicen que a través de estos agujeros negros uno puede perfectamente viajar a través del universo en un plis. Recorrerlo de punta a punta. Es como si los agujeros negros fuesen gigantescas bocas de metro que esten conectadas entre sí.
El caso es que un sábado por la mañana me levanté temprano. Me faltaba algo y no sabia el qué. Supuse que era algo relacionado con el Ministerio del Interior de mi tan calidoscópico país, a lo que no le dí mucha importáncia. El caso es que con todas las partiiculas que forman mi ser, me fui a las diez de la mañana a buscar urgentemente una boca de metro. Me propuse viajar al oceáno de tus ojos tan verdes como el mar del Cáribe.
No se cuánto tardaré en encontrarte. No sé si te encontraré algún día. De hecho no sé si ya nos hemos encontrado alguna vez, mujer de mis átomos preferidos.
Dicen que todo se reduce a la nerviosa y ágil inquietud de nuestras particulas. Pero, en fin, a lo mejor lo más seguro es que todos sean habladurias. Y que el Ministerior del Interior sea otro agujero negro más en este universo tan marvilloso, fugaz y absolutamente carente de sentido.
Dani T. D. 29/6/2018