Era mediados de septiembre y un nuevo curso empezaba. Yo me encontraba en la oficina con las manos sordomudas tecleando un ordenador algo diota pero eficaz. Mi mente perseguía anhelos, como siempre por las paredes de aquel absurdo lugar. Perseguía una vida más en consonancia con mi carácter. Porque el carácter, ya se sabe,es el destino. Y me destino no me satisfacía en absoluto. Tenia una novia, pero no me atrevía a da el paso que se suponía que debía dar. Quería conquistar el mundo, pero no sabía por donde carajo empezar. Era normal, quiero decir que había miles de tíos en mi situación. Pero también me frustraba tanta normalidad. Normalidad, reconcialiadora y a la vez soez palabra. Frió vocablo que aprisiona y etiqueta nuestro divagar diario.
Aquel día recuerdo que era miércoles y después de salir de la maldita oficina, pasé por el quiosco a comprar el diario. Ante el mar de revistas me plante, como quien se detiene a decir sus oraciones. Me sorprendió la cantidad de colecciones que empezaban, Libros de bolsillo, enciclopedia, como hacer paellas valencianas, como aprender arabé en tres mese, ingés en quince días...Qué barbaridad, nos engañan como bobos. Es decir, como lo que somos. Al fin me decidí a coger el diario, cuando mis ojos enfocaron una colección sorprendente y ya de paso estimulante: Construye tu propio país en seis meses. A primera vista pensé que aquello era una revista de humor, concretamente de El Miércoles. sí, la revista que sale los jueves, pero era otro colecionable. No me lo pensé dos veces, y cogí aquel coleccionable. No sé, me entro la curiosidad, a demás por tres euros la cosa prometía.
Al llegar a casa, como no vivía con nadie, excepto en las noches impares que caían en jueves, viernes, sábados, noches en que venía Laura y hacíamos vida marital o de amantes desesperados que huían de un mar de promesas incumplidas, fui directamente a la mesa de estudio. Eché una ojeada al periódico, comprobé que el mundo iba acorde con la vida, o sea, seguía siendo tan absurdo y mezquino como siempre. Después cogí el coleccionable de Construye tu propio. Como ya he dicho aquello sanaba a broma y seguramente lo fuese. ¿Pero qué podía perder? A lo mejor mi tediosa e idiota vida estaba bien a punto de dar un giro de 90 grados. Total que empecé a leer aquel primer fasciculo, y ya nada fue como antes. Aquel primer fascisculo (o parte del primero) me hacia una propuesta suculenta que no tenía nada de desperdicio. Me daba la oportunidad de empezar de cero, de inventarme de nuevo a través de la construcción de un país. Un país nuevo, con una lengua propia. Un país con una historia increíble, lleno de acontecimientos increïbles, que había provocada el buen funcionamiento del mundo entero. Un país con una bandera preciosa, que cuando uno la extendía en su totalidad sentía ganas de llorar y de hacer el amor con ella. Y lo mejor era el himno. Un himno con una letra profunda y genial, que evocaba el sacrificio de todo un pueblo hacia la libertad, pagando con su propias sangre las derrotas más injustas del imperialismo más bárbaro que increpaba más allá de las fronteras del país de uno.
A partir de entonces ya nada fue igual. Pasaron los días, las semanas y los meses. Y me iba haciendo con un país nuevo. Un país que seria la hostía. Un país echo a mi medida en dónde me pasaría el tiempo leyendo a Descartes y a Corin Tellado. Luego follaría toda la noche con la esposa del presidente de la república (que sería yo) y con mi preciosa bandera. Y a ésta última le haría miles de hijos. Hijos que que no olvidarían que su país es el mejor de todos. Sí, que su país, es sin duda, la polla en vinagre.
Claro, que lo cosa podría salir mal. Entonces buscaría exilio en algún libro de Tintín.
Dani Torralba Devesa, 1 de noviembre de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario