Al fin era viernes, así que después de la tortura de la oficina pasé por el bar de siempre. Me acomodé en mi mesa preferida. y empecé a pedir cervezas. Sí, una tras otra. Y eso que me había prometido a mismo dejar de beber. Pero parace inevitable. No lo puedo remediar. El alcohol es malo. Bueno, eso dicen. Trabajar de lunes a viernes si que es malo. ¡Malo de cojones! Como cada viernes estaba feliz, y eso que la felicidad me repugna considereblemente. Sin ir más lejos, en la oficina en dónde trabajo, la mayor parte de la gente es feliz, o eso parece. Bueno, que parecer y ser, es practicamente lo mismo. Sin ir más lejos yo no sólo parezco que soy un pobre idiota, sino que lo soy. En fin, iré al grano, el caso es que cuando ya iba por la tercera cerveza entró por la puerta de bar Sofia, una mujer que trabajaba como relaciones publicas a dos mazanas de allí. Sofia recogió un doble whisky de la barra. Ángel, el camarero, ya tenia el brebaje peparado. Sofía se sentó delante mío con el wisqui en la manoa. Antes, pero se deshizo del bolso y de su abrigo. Llevaba una vestido precioso. Ya sentada empezó a beber. Con su sensualidad habitual se puso un cigarrillo entre los labios, mientras sus manos buscaban un mechero dentro su bolso. Encendió el cigarrillo sin problema. En aquel bar se podía fumar. Tras su primera bocanada de humo, Sofia dijo: al fin es viernes, dejame una media horita y vomos. Yo le respondi que no había ninguna prisa, que lo que me apetecia era hablar como si no nos conocieramos de nada y luego si acaso la besaría ya en su apartamento como si fuera una perfecta desconocida. El sexo podía esperar. Lo que necesitaba era sentir cierto deseo. Deseo sutil que tan solo perfumase la orillas de la vida, como un ola embrigado por su propio movimiento. No sé si me explique, pues desde hacia cierto tiempo, empezaba a explicarme mal. la gente no me entendía. Después de un sorbo de whisqui, Sofía me confesó que me explicaba como un libro abierto, luego se acercó y me besó. Sus labios sabian a wisqui, a tabaco y a luna despeinada ¿Sabes?, me dijo, La vida no deja de ser un deseo que no tiene fin y que se prolonga más allá de nuestra idiotas muertes
Una horita más tarde cruzamos la puerta del bar, ibamos de la mano, hacía el fin del mundo.
Dani Torralba Devesa 18 marzo 2016