Mañana era un día importante. Más que importante, importantísimo. Había llegado el día con el que había soñado tantas noches, la ilusión tantas veces frustrada que había empapado tantas almohadas. Mañana tenía la entrevista que le permitiría conseguir el trabajo de sus sueños, pellizcarse y saber que esa vez no estaba durmiendo.
La llamada telefónica despertó las corrientes eléctricas que empezaron a recorrer su cuerpo. ¡Malditos nervios! El corazón tampoco se mostró ajeno al reto. El tam-tam que surgía de dentro parecía invocar a los dioses más perversos. ¿Será posible tanto desasosiego?
No quería dejarse vencer por la Inseguridad y el Miedo, no debía, ¡no podía! Esta vez no podía cometer ningún error. Tenía que desempolvar su mejor yo, algo enterrado por los malos recuerdos, sacarle brillo y lucirlo del modo en que sólo ella sabía hacerlo.
Abrió el armario y comenzó a buscar en el ropero. No, la sudadera de sufridora, no. La blusa de niñata, tampoco. La falda de mujer fatal, ni de coña. El pantalón efecto perfeccionista, olvídalo. Una sonrisa se dibujó en su cara. Sí, estupendo, ya lo tengo: el traje soy la candidata idónea para el puesto. Ya estoy vestida para el éxito.
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